La siquis del género humano es tan blanda e impresionable como el alma sencilla de un niño. Con razón la Biblia prohibió la representación de imágenes; este precepto nos revela uno de los secretos del funcionamiento de la receptividad humana. En la obra de Gozzi Turandot, un joven príncipe ve el retrato de una princesa hermosa y en el acto está dispuesto a arriesgar su vida, porque ya no quiere vivir si no es con ella. El rey quiere ser amado por el pueblo; para ello coloca su retrato en cada esquina, lo manda a imprimir en cada moneda, de modo que la gente lo ame. Se trata de imprimir, de acuñar una imagen en la mente colectiva infantil; de formatear una mente infantil o patil, digamos. Pues un patito recién salido del huevo considera lo primero que ve como su madre querida, aunque se trate de un gato. La diferencia está en que el alma del patito es como una foto de antes, que, una vez revelada, no se puede modificar, y así se queda, mientras que el alma humana es una foto digital, que se puede retocar o cambiar del todo.
Antes, el hombre no veía muchas imágenes, y no tenía muchos discursos que atender. Iba a misa los domingos, veía la imagen de la Madre y el Hijo, escuchaba al predicador, y todo eso funcionaba, pues las palabras también impactan la mente humana. Si se le cuenta la historia de Fennimore Cooper a un varoncito, enseguida empezará a jugar a indios y vaqueros. Cuéntesele la historia de la Cenicienta a una niña, y empezará a soñar con conocer al príncipe. A veces ha sucedido que un libro arrasa la conciencia, y produce grandes cambios en la visión del mundo. Se trata de un secreto olvidado, y el hombre moderno se asombra de la censura que reinaba en las sociedades antiguas, y de por qué los soviéticos no dejaban entrar libros extranjeros y revistas, por qué la iglesia prohibía y quemaba ciertos libros. El príncipe de Turandot no tenía muchas imágenes que ver, un pescador de los que menciona el Evangelio no oía muchos sermones. El hombre moderno ve tantas bellezas, escucha tantas palabras, que no lo afecta ya una imagen sola o un libro en particular, si no se trata de algo multiplicado sin fin y apuntado hacia él en cada esquina.
Así pues, la modernidad utiliza una técnica diferente: la saturación de imágenes y palabras. De modo que la infinidad de imágenes y palabras también tiene su eficacia, pero de una manera diferente: si coinciden, multiplican su acción, si no, se esfuman sin dejar huellas.
Las películas taquilleras impresionan a la humanidad. Si se proyecta Duna, pronto surgirán helicópteros y ataques de misiles contra Bora Bora. Si se les muestra árabes malos a las muchedumbres, atacarán a Irak. Si se les muestra El triunfo de la Nación, seguirán a Hitler. Si se les muestra un Porsche, todos se volverán locos por un Porsche.
No obstante, hay textos básicos e imágenes básicas que penetran profundamente en el alma humana. Mientras más profundamente metidas, más difíciles de borrar y sustituir. El Evangelio fue el texto básico para la cristiandad; se combinaba con la tradición y las imágenes de la iglesia, y funcionó muy bien, hasta que los protestantes desnudaron las iglesias, desvincularon la Escritura de la Tradición, ataron el Evangelio con el antiguo Testamento, y a partir de entonces el mundo empezó a descarrilarse. Hoy en día, la Biblia cumple con un papel menor, pero sigue siendo un texto básico profundamente grabado. Está sometida a intromisiones constantes, y en mi proyecto propongo entrometerme mucho más.