¿Cómo la habrá pasado el pueblo de Israel en Egipto? ¿Bien o mal? Cabe la duda pues la Biblia deja al lector bastante confundido. Por un lado, los hebreos estaban esclavizados y tuvieron que edificar ciudades bajo la amenaza del látigo del mayordomo. Así, se nos dice (Éxodo 5:7-19) que el Faraón dejó de proporcionar la paja para fabricar los ladrillos, de modo que tuvieron que correr a reunir paja por cuenta propia para cumplir con la cuota de adobes que labrar, pues la meta diaria no había cambiado (hasta el día de hoy, en el valle del Nilo, la gente va mezclando paja con barro para amasar los ladrillos). Cada vez que intentaban decir: “mejor nos vamos a rezar”, el faraón replicaba: “¡esto decís porque sois vagos, tenéis demasiado tiempo para gastar; apresuraos, cumplid con vuestra labor, entregad más ladrillos!” Tras lo cual se les pegaba para obligarles a trabajar más duro y más rápido.
Cuenta una leyenda (“midrash”) el caso de una embarazada que, sin dejar de batir la mezcla para los ladrillos, dale que dale, , dio a luz: pero el hijo se le cayó al pozo y lo hicieron ladrillo. Como tal fue llevado al cielo y depositado a los pies de Dios.
Por otro lado, cuando vagaban por el desierto, los israelitas añoraban la abundancia de carne que habían dejado atrás en Egipto, la tierra de promisión, donde tenían de todo cuanto podían haber soñado, a cambio de las asperezas de la vida en el desierto.
Así que, al final ¿qué? ¿Se trataba de una cruel servidumbre o de una próspera bonanza? Esta contradicción no se puede resolver de modo convincente, mientras uno no entienda que el relato del Éxodo es una extensa metáfora. La servidumbre es la de la carne, la de nuestra vida diaria, tras la obtención de las cosas. Faraón, al que también se le puede llamar Satanás, o espíritu de consumo, nos exige que hagamos más y más ladrillos, que ganemos más y más dinerales, para que nos olvidemos de Dios. Cada día sacrificamos uno de nuestros hijos (“los convertimos en ladrillos”) pues en vez de cuidar de su alma trabajamos más y más, para reembolsar hipotecas, que son nuestra cuota de ladrillos, y para pagar las cuotas del auto, a más no poder. Y de vez en cuando vamos a disfrutar una buena comida en un restaurante a orillas del mar, en la penumbra de las velas encendidas: éste es nuestro país de Jauja.
Dios nos saca de las ataduras de la carne (“Egipto”) para llevarnos a la libertad espiritual (la “Tierra prometida”). Él mismo viene a buscarnos, y vencerá hasta la muerte para salvar nuestra vida espiritual. La vida es más que un discurso mezquino sobre plazos y carros nuevos y cenas con velitas, el ser humano es más que eso, mucho más que un consumidor de bienes, es semejante a Dios y puede entrar en la Tierra prometida del espíritu encarnado. Éste es el mensaje pascual, y por esto es el mensaje más importante que la humanidad haya recibido jamás.
Un judío común toma esta metáfora al pie de la letra; piensa que es la historia de sus antepasados físicos, que fueron esclavizados en la tierra de las pirámides, y que huyeron a la tierra prometida. Un judío común piensa que Dios realmente mató al hijo mayor del rey de Egipto y autorizó a Josué a matar a los nativos de Canaán para proporcionar a su familia una valiosa mansión a orillas del mar. Se le ocurre que la tierra prometida de la Biblia es un lugar real, concretamente Palestina, y que se trata de liberarse de una esclavitud a escala de la nación y de la conquista de un país. Con semejante interpretación, le quita todo sentido espiritual y universal al gran mensaje; privatiza la historia, y les roba a otros, a la vez que se roba a sí mismo, su sentido auténtico. El motivo recurrente de los judíos utilizando sangre de niños para el ritual de Pascuas es una respuesta simbólica a esta interpretación literal del relato bíblico. El cristiano replica: “si tú judío estás tan apegado a la letra, si lees la historia metafórica de la liberación del ser humano como una trivial ‘Noche de Cristal’, también eres capaz de verter sangre de niños reales en tus copas de cristal”.
Mucha sangre, sangre de niños y sangre de adultos, se vertió en el altar de la conquista sionista. Pero esta conquista de Palestina encajaba dentro de la lectura literal y judaica del Éxodo, pues el sionismo es una realización literalista de la metáfora, del proyecto de conquista de la tierra prometida por la fuerza de las armas en vez de ser la de la conexión con el espíritu mediante el rezo, las buenas acciones y la gracia. Fue un proyecto titánico, gigantesco; es comparable a lo que cuentan las fábulas griegas, me refiero a los titanes y gigantes que intentaron conquistar el Olimpo y quitarles el lugar a los dioses venerados. Y cada vez que la gente se dedica a la interpretación literal, el resultado es funesto, como sucedió con la conquista de América del norte, donde muy pocos nativos sobrevivieron (lo contrario de lo que sucedió en el sur [tierra de cristianos menos judaizantes, ndt.], y la nación resultante expande sus estragos sobre el resto del mundo.
Los materialistas vulgares e ignorantes son propensos a “defender a los judíos” sin dejar de acusar a “los sionistas”, porque no toman en cuenta los fundamentos teológicos del sionismo, y estas raíces están hondamente vinculadas al literalismo judaico
(véase <http://www.israelshamir.net/English/Eng14.htm>). Pero hubo adivinos judíos que instaban a la lectura metafórica, y explicaron, por ejemplo, que aquello de que “no tuvieron agua durante tres días” (Éxodo 15:22-25) es una referencia a tres días sin la palabra de Dios. Demos las gracias a aquellos sabios que conocían el significado espiritual secreto de la Tierra prometida, que es la Tierra del espíritu; el sionismo no floreció como tal hasta finales del siglo XIX, pero el literalismo siempre estuvo rondando cerca, nunca exorcizado del todo; con el auge del materialismo y el declinar del entendimiento, también se descartó la lectura espiritual de las Sagradas Escrituras.
De la misma forma, la triste historia del Exilio puede y debería entenderse como la del ser humano que se aparta de la gracia de Dios. El primer hombre estaba en eterna comunión con Dios, en eterno estado de gracia. A partir del exilio de Adán lejos del paraíso, añoramos esta gracia. Los cristianos tienen a Cristo, aquél que nos ofreció el medio de recobrar la gracia; los gnósticos crearon el bonito mito de Sofía y sus bodas sagradas con Cristo, pero en la lectura literalista judía fue olvidándose hasta el concepto de gracia, y sustituido por la reubicación trivial en la Palestina física.
Benditos sean los budistas que no permitieron a nadie imaginar que la tierra de pureza es un lugar perdido en Nepal donde nació Buda y donde encontró la Comprensión. Pues el literalismo rebaja a sus seguidores, como lo observara Carlos Marx, en un muy agudo comentario: “el cristianismo es lo sublime del judaísmo, mientras que el judaísmo es lo sórdido del cristianismo”. El cisma entre el viejo Israel de la carne y el nuevo Israel del espíritu es el mismísimo tajo existente entre lectores del Éxodo como metáfora o como relato digno de tomarse al pie de la letra. Las polémicas antijudías en las que se enfrascaron san Juan Crisóstomo y Martín Lutero no eran arremetidas contra una tribu pequeña, sino contra los que niegan el espíritu. La arremetida contra el espíritu, abanderada de la modernidad, que casi ha logrado borrar las huellas de los pasos de Cristo, ha de considerarse “judaica”, y la confortan judíos negadores del espíritu, aunque sus seguidores son muchos más, y no son exclusivamente judíos.
Los padres de la Iglesia estaban conscientes de las consecuencias devastadoras del literalismo. Orígenes fue un enemigo de aquellos “literalistas que creen, tratándose de Dios, cosas tan horrendas que no se las atribuirían ni a los más salvajes ni a los más injustos de los seres humanos” (Orígenes, Principios 4.1.8; véase: <http://www.earlychurch.org.uk/origen.php>)
Orígenes podía aceptar a los creyentes de mente excesivamente simplista, pero no a los judaizantes. Mediante un literalismo más sofisticado este grupo trató de mantener vigente la Ley judía dentro de la Iglesia cristiana, escribe Bradshaw, pero el problema real con los judaizantes era su oposición al espíritu. Estaban de parte de la Letra, es decir, eran literalistas y negadores del Espíritu.
La Iglesia oriental ortodoxa preservó las tradiciones incorruptas de los Padres de la Iglesia, y por esto es que insiste en la lectura metafórica de los relatos bíblicos. Los iconos ortodoxos no representan el sufrimiento de Cristo, distintamente del dolorismo occidental; sin llegar a negar dicho martirio como tendían a hacerlo los gnósticos, la iglesia ortodoxa prefiere la imagen del Cristo de la Resurrección, el Pantocrator, el Rey supremo vencedor de la muerte. En los iconos bizantinos, a Cristo se le ve tan sereno en la cruz como en el trono celestial.
Para nosotros, esta semana es la señalada para conseguir el regalo más importante y más precioso de Dios, que es el de la gracia. Ver a través de los mitos cuál es su propósito último es concentrarse mentalmente en el espíritu, de la misma forma que el rosario nos ayuda a concentrarnos en la oración. No te conviertas en un obsesivo de los detalles del mito, ni en adorador del material de tu rosario. Recuerda que, si alcanzamos la gracia, todos los problemas menores de este mundo los podemos resolver. Salir del Egipto de la carne para entrar a la Tierra prometida del espíritu, éste es el camino que vale para deseárselo al prójimo y para nosotros mismos.
(Traducción: María Poumier y Horacio Garetto)