Israel Shamir

The Fighting Optimist

Nuestra Señora de los Dolores

La tranquilidad de Occidente debería asustarnos más aún que el contexto del Oriente Medio, pues podría significar la muerte de nuestra civilización.

En la parte superior de la iglesia de la Anunciación, en Nazaret, hay una colección llamativa de imágenes. Se trata de homenajes de distintos artistas, dedicados a la Virgen María. Una Virgen delicada, ataviada con un kimono espejeante, llevando en brazos al Niño, con traje de ceremonia japonés, en medio de un sembrado de flores azules y doradas; el rostro gótico de una Madona inspirado en una ilustración francesa cisterciana; la Reina de los Cielos china, esculpida en una madera preciosa por piadosos habitantes de Formosa; la estatua mexicana de la virgen de Guadalupe, adornada con piedras preciosas, una Virgen Negra polaca; el rostro, desbordante de infinita ternura, de una Madre de Dios bizantina, una Madona moderna, de acero repujado, de Estados Unidos… nos está mirando, desde los muros de la iglesia, uniéndonos en una sola familia humana. Ninguna otra imagen en el mundo es tan universal y tan sobrecogedora como esta de la Virgen y el Niño.

Dondequiera que uno vaya, desde Santiago de Compostela, en el extremo noroccidental de España, hasta las cúpulas doradas de Rusia, desde la helada Upsala, en Suecia, hasta Santa Sofía de Constantinopla, descubrirá su rostro sublime. Los mejores artistas han ido formando sus rasgos compasivos, traduciendo su amor por su hijo y su sufrimiento. La pintó Botticelli, al lado de un granadero en flor, entre los Reyes del Oriente; Miguel Angel y Rafael, Cimabue y el Ticiano, Van der Weyden y Fra Filippo Lippi recibieron la inspiración de su imagen. Esta simbiosis única de muchacha y madre, de vulnerabilidad y amparo, admiración y amor, ha formado la base espiritual y la inspiración de nuestra civilización.

Se le apareció a un campesino mexicano, y su imagen cubierta de flores detuvo combates y fue uniendo a los americanos nativos y a los españoles allí radicados en una misma nación. Le entregó su rosario a Santo Domingo. Encargó una carta a unos niños portugueses, en Fátima. El Profeta Mahoma conservaba y amaba su icono, encontrado en el templo de la Meca, según nos enseña el islamólogo francés Máxime Rodinson. Se le apareció a un rico banquero judío, Alfonso Ratisbona, y éste, ejecutando las órdenes sagradas recibidas de ella, hizo edificar el convento de las Hermanas de Sión en Ein Karim. Un musulmán palestino, en un campo de refugiados en el Líbano, había podido conservar su imagen, llevada al exilio desde su pueblo natal de Galilea, según cuenta Elias Khoury en su novela Bab al Shams (La Puerta del Sol, traducida recientemente al hebreo por Moshe Hakham y editada por Antón Shammas). Unos astronautas sirios fueron a invocar su protección, en el convento de Seidnaya (en la montaña del ante Líbano, cerca de Damasco, N. De la T.), antes de embarcar para la estación espacial soviética [1].

Las leyendas medievales solían presentar a los judíos como enemigos de la Virgen. Un trozo de columna, en la vía dolorosa de Jerusalén, señala el lugar donde, según la tradición, fuera agredida por unos judíos. Ésas eran historias de antes. Y ahora hay hechos nuevos. Esta semana en Belén, un judío le disparó a la Virgen. Un militar judío, en su enorme tanque Merkava-3 construido de acuerdo con los últimos adelantos de la tecnología estadounidense y con el dinero de los contribuyentes de ese país, disparó una granada desde una distancia de cincuenta metros a la estatua de la Madona, que se encuentra situada encima de la entrada de la iglesia de la Sagrada Familia, en la ciudad de la Natividad.

La Virgen perdió un brazo, y su hermoso rostro está mutilado. Se ha convertido en una más entre el centenar de mujeres palestinas víctimas de los judíos durante la llamarada actual del conflicto. Este acto de vandalismo aparentemente gratuito no era un disparo perdido. Ningún terrorista se disimulaba detrás de su figura protectora, en el pináculo de la iglesia del hospital. A cincuenta metros, no cabe equivocación alguna. Podría tratarse del cumplimiento de alguna orden o también podría ser la expresión espontánea de los sentimientos de un judío fanático. Nuestro mundo está retrocediendo a gran velocidad hacia tiempos tenebrosos. Como Israel ha reencendido la llama del rechazo tradicional de los judíos hacia el cristianismo, no hay por qué descartar ninguna de ambas posibilidades.

Cualquiera que sea la significación que se le haya querido dar al acto, el lanzamiento de esta granada ha adquirido el valor de verificación suprema en el sistema del control mental: ¿Se regará la noticia de este sacrilegio? ¿Conmoverá los corazones en la Cristiandad? El resultado doblemente negativo de esta verificación seguramente ha confirmado las mayores esperanzas de sus iniciadores. Los medios mundiales, desde Nueva York hasta Moscú, pasando por París y Londres, están perfectamente controlados por los supremacistas judíos; ni un rechinar de dientes se deja escuchar, salvo que ellos lo autoricen previamente. La invasión israelí que se está verificando, desde Ramala y Belén, fue publicada por los medios de comunicación bajo el titular de “Sharon busca la paz”… y la resolución de la ONU pone en un pie de igualdad, a medias palabras, a los agresores y a sus víctimas. Los medios consensuales de Occidente han desplegado un manto de silencio sobre los gritos que se alzaban en Tierra Santa, para ahogarlos.

Alexander Cockbum [2] escribe esta semana: “Parece que es inútil, en cuestión de periodismo, tener siquiera una discusión en torno a la extensión del control de los judíos sobre los medios. En una de sus “Notas al margen” cotidianas, publicadas en su carta de información por internet, Supply Side Investor, Jude Wanniski señaló la semana pasada que “es posible afirmar rotundamente que los judíos controlan el debate en torno a Israel en los medios de comunicación de este país”.

Pues bien, la información (acerca de la destrucción de la estatua de la Virgen de Belén, N. de la T.) fue transmitida por la agencia Reuters, y esta foto terrible (que el autor adjunta a su texto, N. de la T..) fue tomada por un fotógrafo de Associated Press. Los medios del mundo entero disponían de ella. Sin embargo, ni un periódico ni una revista de gran tirada la publicaron. Lo que sí sacaron fue una serie de artículos sobre el antisemitismo cristino.

En lo relativo al Oriente Medio, la conciencia occidental sufre de visión invertidaLos actos terroristas han sido perpetrados por los judíos contra los palestinos, pero el nombre mismo de palestino se ha convertido en sinónimo de terrorista. Los palestinos se encuentran confrontados al peligro de un nuevo holocausto; los militares judíos les tatúan números en la frente y los antebrazos, separan a los hombres y a las mujeres y los envían a campos de hacinamiento, pero los memoriales al holocausto de los judíos brotan por doquier. Israel y Estados Unidos pisotean el derecho internacional, pero a sus adversarios se les señala y se les tacha de “estados canallas” [3]. Mientras hay ciudades palestinas invadidas por tanques israelíes, el Wall Street Journal publica un artículo titulado “Israel en estado de sitio”, escrito por el “alcalde” ilegal de Jerusalén, Ehud Olmert. Hay en Palestina iglesias bombardeadas, evangelios quemados, cristianos acosados por judíos, pero ¿qué es lo que preocupa a los editores de periódicos y a los eclesiásticos? Pues el antisemitismo cristiano…

En la actualidad, la acusación de antisemitismo se ha convertido en el insulto supremo. Pero ¿es acaso una novedad? En El Mercader de Venecia, Shylock se quejaba del odio de los gentiles, a pesar de que era él quien sentía odio por éstos, pues no aprobaban sus prácticas de usurero. En vez de reducir la tasa de interés, prefirió dar un tajo en la carne de Antonio y refugiarse en la supuesta discriminación que lo afectaba. Si la Portia de Shakespeare hubiese tenido la actitud que tenemos hoy, hubiera dejado a Shylock apoderarse de su libra de carne humana en vez de disuadirlo y encontrarse acusada de antisemitismo.

Lo más probable es que semejante impulso haya llevado a los guardianes de la conciencia pública a minimizar o sesgar el sacrilegio cometido en Belén. La indiferencia de Occidente debería alarmarnos mucho más allá del contexto mediooriental, pues podría significar que nuestra civilización ha muerto.

La civilización no puede sobrevivir si su .sagrado corazón deja de latir. Cuando la fe pierde su significado, la civilización se extingue, escribió el filósofo de la historia Arnold Toynbee en una obra que explica la desaparición del antiguo Egipto. No hay vida sin lo sacro, confirmó el filósofo de las religiones Mircea Eliade. Si aceptamos o no la noción de filosofía de la historia, o bien una lectura mística, o incluso estudios sociológicos pragmáticos; si seguimos a Durkheim o a Heidegger, la conclusión sigue siendo la misma: la indiferencia por la suerte de la Virgen de Belén es un mal presagio para la civilización cristiana occidental. Implica que europeos y estadounidenses han perdido el núcleo sagrado y que nuestra civilización profanada está abocada a la extinción, a menos que demos un paso atrás, para alejarnos algo del borde del abismo.

Notas:
[1]: W. Dalrymple, From the Holy Mountain
[2]: http://www.nypress.com/BillyGraham:  War Criminal
[3]: Véase: Francis Boyle in Counter Punch, 14.03.02

Traducción al castellano de María Poumier.

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