Israel Shamir

The Fighting Optimist

Mentecato

“Al Presidente Bush tendríamos que proclamarlo Sionista Distinguido”, bromeó Tsahi HaNegbi -un bandido israelí que ahora es ministro- cuando las palabras del presidente estadounidense cesaron de reverberar en el bochorno de finales de junio en Oriente Próximo. “No, a Bush hay que hacerlo miembro del comité del Likud que elige a los candidatos al parlamento”, le interrumpió Yossi Sarid, el portavoz de la oposición. Shimon Peres, el líder laborista, lució más torpe que nunca una vez que Bush retiró su respaldo favorito, “la amenaza de una intervención estadounidense”. Peres y Sarid nunca han defendido los derechos humanos de los palestinos por razones de simpatía o compasión, sino que más bien engatusan a aquellos de sus partidarios claramente nacionalistas del electorado israelí: “Si no fuera por nuestras especiales relaciones con EE.UU., que nos obligan a comportarnos como seres humanos, trataríamos a los palestinos y sus territorios tan despiadadamente como el Likud [la derecha]”. Hoy, en cambio, su forzado discurso se ha venido abajo: a EE.UU. le da igual, le importa un bledo y, ahora, Israel puede seguir hundiéndose cada vez más en la pesadilla fascista.

Con una sonrisa irónica, repasé los mensajes electrónicos y los artículos del año pasado, cuando Bush Jr. fue elegido presidente. A la sazón, muchos analistas de derecha opinaban que los judíos habían perdido su dominio absoluto de la política estadounidense. “¿Judíos en la Administración Bush? Ni lo sueñen”, lamentábase Phillip Weiss, del Observer. Justin Raimondo, de Antiwar.com, no cabía en sí de gozo frente a lo que parecía ser un revés para los judíos. Apenas unos meses después, se dieron cuenta de que la reconquistada supremacía anglosajona en los Estados Unidos no era más que un espejismo. Con la estratagema de financiar las campañas electorales de republicanos y demócratas, de casi todos los candidatos de derecha y de izquierda, los adalides judíos pueden presionar para que se elijan los candidatos que les interesan. Es posible que no puedan decidir qué persona ocupará tal o cual puesto, pero sí influir en la lista definitiva, cuando la elección final carece de la menor importancia. Saben lo que buscan: prefieren mentecatos, gente de poco seso, de escasa aptitud, de voluntad débil y de moral dudosa, ya se llamen Bush o Gore.

Cuando una minoría étnica o religiosa quiere tomar el poder y la mayoría no está dispuesta a aceptar dicha situación, lo que hace es buscar un dirigente débil. En la película Babylon-5 y en otros ejemplos de ciencia ficción, los alienígenas prefieren que un apocado terrícola les haga el trabajo sucio. Habían aprendido la lección de la Historia. Durante la segunda mitad del primer milenio, el gran Estado euroasiático de Jazaria (también deletreado Khazaria) sufrió una conquista similar.

Los habitantes de Jazaria vivían bajo el gobierno y la protección de la nobleza guerrera turca, presidido por su electo kan, el rey. Durante los siglos VI y VIII acogieron unas cuantas oleadas de refugiados judíos, al principio procedentes de la Persia sasánida y luego del Irak abasí y de Bizancio. Los benévolos y tolerantes reyes turcos creyeron que estaban admitiendo sujetos útiles, inteligentes y activos, pero en poco tiempo los recién llegados se hicieron con el control de Jazaria.

Durante un tiempo, los judíos aparentaron que el tradicional poder aristocrático seguía en pie y mantuvieron al frente kanes cada vez más blandengues. En el año 803, Abdías el Judío se convirtió en el verdadero gobernante de Jazaria, mientras que el kan gentil aparecía en público una vez al año, con vistas a legitimar el poder de Abdías. Por fin, el último kan gentil fue eliminado y la ficción del poder jázar llegó a su fin cuando el judío Beg asumió abiertamente el poder.

Con frecuencia suele afirmarse que los líderes judíos forzaron la conversión masiva de los jázaros al judaísmo e incluso el novelista judío Arthur Koestler estaba convencido de que los modernos judíos son descendientes de aquellos conversos [1], pero dos importantes científicos rusos, el arqueólogo Artamonov y el historiador Leon Gumilev [2] llegaron a la conclusión de que los jázaros ordinarios no se convirtieron al judaísmo. Los judíos eran la clase dominante en Jazaria y, según Gumilev, no compartieron nunca la Ley de la Torá ni las posiciones importantes con extraños. La realidad es que los jázaros eran los súbditos de un poder étnico y religioso ajeno a ellos, al que debían pagar tributos por el ejército y la policía, así como por la oportunista política exterior. En última instancia, perdieron su país.

El control de los judíos fue total pero breve: cien años después de haber tomado el poder, el Imperio Jázar se desintegró por completo. Las estructuras de este tipo no suelen durar, pues destruyen sus propias bases. A los jázaros no les importó, pues no tenían acceso a la riqueza fabulosa del Imperio, de manera que se convirtieron en tártaros, en cosacos y en otras naciones de la estepa. Los pueblos vecinos tampoco echaron de menos el Imperio, ya que practicaba el genocidio y el comercio de esclavos. Los judíos, entonces, se desplazaron desde la cuenca devastada del Caspio hasta los fríos territorios de Polonia y Lituania y, allí, desaparecieron de la historia durante los mil años siguientes.

Dado que el control que ejercían no era total, los judíos de Jazaria necesitaban que el kan fuera un mentecato, pues sólo un mentecato podía someterse a sus exigencias. El discurso de Bush sobre Oriente Próximo mostró a las claras que este vástago de familia rica y poderosa se comporta como un conejo encandilado por los faros de un automóvil. La cuenta atrás del declive del Imperio Americano acababa de empezar.

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[1] Arthur Koestler, The Thirteenth Tribe.
[2] Leon Gumilev, Russia and the Great Steppe (en ruso).
 Título original: Nincompoop Traducido del inglés por Manuel Talens y Verónica Saladrigas

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