Traducción : María Poumier
La publicación del libro de Jimmy Carter sobre Palestina La paz en vez del apartheid es un gran acontecimiento para América y para todos nosotros. No porque Carter haya dicho algo que no supiéramos sobre Palestina. Antes que apareciera Carter, nosotros sabíamos que los sionistas establecieron un régimen racista de apartheid en Tierra santa, donde los judíos tienen derechos, y los goyim tienen deberes. Antes de que llegara Carter, sabíamos que un palestino nativo no tiene derecho a votar, ni a moverse, ni a trabajar libremente en su tierra, porque está encerrado detrás de un muro de veinte pies de altura. Antes de que apareciera Carter sabíamos que el apoyo estadounidense es lo que hizo posible las atrocidades, y el régimen de apartheid consolidado. Mas no sabíamos que existen los eminentes USamericanos que se atreven a desafiar a la judería organizada y vocearlo a pleno pulmón.
¿Por qué Carter hizo eso? ¿Por qué arriesgó su plácida ancianidad y su gloria esfumándose suavemente, enfrentando un ataque de la quinta columna israelí tan despiadada como las matanzas de las otras cuatro en Gaza? Lo movió la compasión, esta virtud cristiana suprema del compartir el padecimiento de los oprimidos. Vio el sufrimiento de Palestina, y no pudo guardar la calma. Actualizó una tradición honrosa de los americanos: la de Mark Twain quien condenó las atrocidades USamericanas en Filipinas, la de Henry Thoreau frente a la guerra contra México. Se trata de una tradición universal: Multatuli reveló las atrocidades holandesas en Indonesia, Roger Casement lo hizo con los belgas en el Congo, Radischev lloró por el destino de los campesinos rusos. Y sus voces cambiaron nuestro mundo, aunque no en el momento. Carter no es ningún radical; un hombre de carácter más encendido llamaría a acabar de una vez con la infamia llamada “Estado judío”. El mensaje de Carter era suave y gentil, tan suave y compasivo que sólo un poder arrogante e intoxicado de poder podría negarse a convivir con él. Otros, entre los cuales me incluyo, fueron más duros y explícitos, pero no estaban en la posición de los presidentes de USAmérica.
¿Por qué sucede esto ahora? El apartheid en Palestina ya era lo bastante insufrible hace diez años como para justificar semejante intervención; lo novedoso es el desaliento y el sentimiento de impotencia que presenciamos. La esperanza se mantuvo viva siempre, alentada por Camp David, por la paz con Egipto, con las conferencias de Madrid y Oslo, pero ahora está muerta. Un año de feroz bloqueo trajo una confrontación entre partidos palestinos, y ahora está a punto de realizarse el inconfesable sueño judío de una guerra civil entre los palestinos. La Tierra Santa está al borde del derrumbe. El presidente Carter tiene 82 años, y ya no le asusta nada. A esta edad, y en esta etapa de la vida, los hombres de Estado tienden a decir lo que piensan, como el primer ministro de Malasia Mohammad Mahathir al jubilarse. Estamos en el momento de la verdad amarga: el liderato ideológico y espiritual de Occidente que se le escapó a la iglesia lo tienen ahora los usurpadores de Sión. Mientras ellos manden, no hay salvación para Palestina.
La mayoría de los judíos USamericanos son gente sana y sensible, pero las decisiones las controlan los judíos que no son otra cosa que super ricos y super poderosos. Ellos son el poder que empuja hacia la guerra. Carter quiso detener el desastre que se viene en el Medio Oriente, convenciendo a los sanos y dándoles un parón a los arrogantes. Por eso el presidente se sumó a la pelea, al mismo tiempo que los WASP tradicionales intenta recuperar el terreno perdido y salvar de la destrucción a su bienamado país. Los WASP, con todas sus propiedades, tradiciones y raíces, se encuentran desplazados por los judíos con su sofocante control de los medios y las universidades, lo cual confirma que el espíritu rige por encima de lo material. El grupo Baker–Hamilton de estudios sobre Irak y el informe de Walt y Mearsheimer sobre el lobby israelí en USA, son los primeros disparos en esta intifada de los WASP. Burston, un columnista judío americano, que vive en Israel y que escribe para el diario israelí Haaretz planteó con razón que “a quién le dispara verdaderamente Carter es a la comunidad judía americana organizada”. Pues Carter, dice Burston, apunta a las razones determinantes que explican el apartheid:
*El control judío sobre el gobierno USamericano : “políticamente, sería casi un suicidio para los miembros del Congreso, si se atuviesen a una posición equilibrada entre Israel y Palestina, o sugiriesen que Israel debería acatar las leyes internacionales, o hablar en defensa de la justicia o los derechos humanos para los palestinos.”
*El control judío sobre los medios USamericanos: “Lo que es aún más difícil de comprender es por qué los editoriales de los principales periódicos y revistas de los Estados Unidos ejercen tal autocensura, en contraste con las evaluaciones personales expresadas con fuerza por sus corresponsales en Tierra santa.”
Después que habló Carter, el contraataque de la judería organizada fue inmediato. Había que ver aquello. En mi Siberia natal, en su verano corto y furioso, uno puede ver enjambres de moscas pequeñas asaltar a un caballo, con cada diminuto vampiro ansioso de participar en la hazaña. Al poco rato, el animal cegado y enloquecido echa a correr y termina ahogándose en pantanos de arenas movedizas. Los judíos han desarrollado el mismo estilo. Nunca se da el caso de una voz aislada argumentando, sino que siempre sucede un ataque masivo a la vez desde la derecha y desde la izquierda, por debajo y por arriba, hasta que la víctima destrozada se da por vencida y se borra en la desgracia.
Cada atacante es tan ínfimo e irrelevante como una mosquita, pero al actuar como enjambre son temibles. Observémosles por separado: Dershowitz, que defiende la tortura y el asesinato de rehenes, que ha sido denunciado como plagiario y nunca ha sido elegido a ningún puesto de autoridad ni se ha ganado el respeto de nadie, pide tener un debate por televisión con el presidente. Esto va más allá del descaro, lo que llaman chutzpah los judíos, pero a Dershowitz lo respaldan otros judíos en posiciones eminentes, de modo que su pedido ridículo encuentra eco en universidades y medios, hasta que este ladronzuelo consigue un espacio tan amplio como el del presidente Carter para expresar “su problema”. Otra mosquita es la Deborah Lipstadt, una ínfima figura esgrimida por el Washington Post. Otros más son más intrascendentes aún que estos dos, por ejemplo unos 14 judíos que renunciaron a su cargo en el Carter Center. Si no tuviesen a los medios entre sus manos, nadie jamás les habría hecho caso, más allá de sus respectivas señoras.
Su técnica es más bien simple. Desvían la atención de la argumentación, para enfocar exclusivamente la personalidad de su adversario. Así, en vez de discutir sobre el apartheid en Israel, de lo que se habla es de la personalidad de Jimmy Carter, si es un beato y un atisemita (como hace Foxman, un judío malo) o no (como hace Avnery, que es un judío bueno). La respuesta correcta es “esto no viene al caso”. El amor o el desamor de Carter hacia los judíos no tiene nada que ver con el problema del apartheid en Palestina. De la misma forma, si discutimos sobre la situación en Bosnia o en Kosovo, no nos ponemos a analizar nuestros sentimientos para con los serbios, los albaneses o los croatas. Pero con los judíos es distinto.
Por ejemplo, el general Wesley Clark dijo que los judíos ricos, los que financian a los políticos en Washington, empujan hacia la guerra con Irán. Pues bien, sobre esto se puede discutir, y tal vez disentir del todo, pero ellos se las arreglan para desviar la discusión sobre otro punto, el de saber si Clark es un antisemita. Matthew Iglesias es quien ofrece las fuentes para todo el paquete kosher, invocando desde la comparación con los Protocolos de Sión hasta una cita ineludible de Forman quien dice que Clark “ha caído en la beatería conspiracionista”. A partir de este momento, Clark va a aferrarse a su propia defensa, y los tipos se esmerarán en darle motivos para que permanezca en ese terreno. Una vez más, la respuesta correcta es un rechazo rotundo aunque educado: ¿a quién le importa que Clark sea un beato? Tal vez también sea pedófilo y usurero, pero este argumento ad hominem no tiene ningún peso sobre lo que dijo. Y una acusación por el estilo de “a ti lo que pasa es que no te caen bien los judíos” no es muy diferente de aquello de que “ tú no quieres a tu tía”; lo más probable es que ya te hayas acostumbrado a vivir con eso (y con ella) desde la edad de seis años, ¿o no?
Un buen libro para acostumbrarse uno a este tipo de ataques es la novela de Michael Bulgakov El Maestro y Margarita: este libro maravilloso muestra a un enjambre de moscas judías supuestamente críticas cayéndole encima a un escritor que se atrevió a escribir sobre Cristo. Y por cierto, a cualquiera que mencione a Cristo le pasará esto más tarde o más temprano.
Yo también he probado lo que es el enjambre en acción. Durante la catástrofe del tsunami en Tailandia, descubrí que los dirigentes judíos de la empresa funeraria Zaka obligaron a los tailandeses a retrasar el entierro de las víctimas un día o dos, a pesar del peligro real e inmediato de epidemias, para evitar una auténtica calamidad : que cuerpos judíos pudiesen ser sepultados por inadvertencia junto con gente común. Esto me lo dijeron miembros del equipo de Zaka, que estaban muy ufanos de haberlo logrado. Escribí sobre esto (ver Tsunami en Gaza). Aquello fue retomado en unos pocos sitios web. Ahí mismo un judío inglés llamado Manfred Ropschitz desató una campaña ad hominem contra mí. Otros judíos se unieron a la jauría, debatiendo en torno de la cuestión siguiente: si soy un judío o un “sueco ruso nazi antisemita” como si esto tuviera algo que ver con lo del tsunami. En vez de descartar el tema, otros amigos de Palestina se aferraron a este tema apasionante. Llevaron la discusión desde The Times hasta sus listas de correo electrónico, y otros judíos supuestamente “antisionistas” comentaron con honda satisfacción: “ya Shamir está marginalizado y no tiene quien lo escuche”.
Ropschitz no trató de desmentir la historia, porque era cierto. Se limitó a escribir: “con un ejército de periodistas agolpados en torno al asunto del tsunami, me imagino que ya habría llegado hasta mí algo de esta noticia chocante, a estas alturas, si fuera cierto. Soy periodista y no me lo creo”. Pues no, señores, ustedes no se enterarán de lo que pasó realmente si es algo que no resulta aceptable por los Ropshitzes de este mundo. Te van a correr hasta el último rincón del mundo, y no mucha gente tiene ganas de enfrentarse a su ataque bien planeado. En realidad, habría que ser un verdadero kamikaze para meterse en esta pelea. Los Ropshitzes, estos judíos tan comunes que se identifican plenamente con su comunidad, son el elemento decisivo en el ataque del enjambre. Hay muchos amos de los medios y más editorialistas todavía que son judíos, pero son los Ropschizes los que hacen efectiva la “línea del partido”. Estos verdugos voluntarios de nuestra libertad, la infantería de los amos, defienden automáticamente a “los judíos”, es decir a la comunidad judía organizada, y esto, a cualquier precio. La gente de a pie, entre los que tienen un origen judío, pueden tener opiniones de todo tipo. De la misma forma, los americanos comunes y corrientes no son los que deciden si tu país va a atacar a Irán o no. Pero Bush y Cheney solos no pueden hacer su guerra en Irak, y los amos judíos de los medios no tendrían ningún poder sin los verdugos voluntarios de la libertad que les sirven.
Los filosemitas gentiles son peores aún, como observó Eustace Mullins, el legendario escritor americano cuyos libros (auténticos best-sellers, pues vendió millones de ejemplares) jamás fueron publicados o distribuidos en las redes oficiales. Escribía lo siguiente:
“Hace rato que todo el mundo sabe que las tres mayores redes de la televisión nacional las manejan y controlan oficinas judías: por lo menos desde que se unieron. Ahora, por fin (o así pareció que iba a ser), los cristianos de América iban a tener su propia red televisiva cristiana, donde iban a poder cumplir con los mandamientos de la religión cristina. Al menos, parecía que iba a ser así. Y cuando empezó sus transmisiones diarias la CBN, ¿cuál fue el mensaje cotidiano? Debemos amar a los judíos. Debemos defender al Estado de Israel en todas sus depredaciones y su inmoral devastación de los santos sepulcros cristianos en el lugar de nacimiento de Nuestro Señor. Debemos ayudar a los judíos, y debemos por encima de cualquier cosa apartarnos del mayor pecado, el pecado de antisemitismo, sea cual sea el significado de la palabra. Ni siquiera las redes judías se atreven a programar propaganda tan abiertamente pro-judía como la Christian Broadcasting Network.”
Esta semana en Francia murió un hombre que fue un verdadero santo, conocido por el nombre cariñoso de Abbé Pierre, un sacerdote que peleó con la Resistencia, ayudó a los desahuciados, cuidó de los pobres, y fue un gran amigo de los palestinos. En 1996, fue hostigado casi a muerte después que expresara su respaldo a otro amigo de Palestina, Roger Garaudy, quien escribió el libro Los mitos fundadores de la política israelí. Al ser víctima del enjambre, se recluyó en Italia y en Suiza, abandonado por la gente por la cual había luchado. Los franceses deberían recordar su vergonzoso destino, y remorderles la conciencia. Si a la doncella de Orleáns la ajustició el régimen de ocupación inglés (aunque utilizaba a colaboracionistas franceses) no cabe tal excusa para los que condenaron al ostracismo al Abbé Pierre: se asustaron con el hostigamiento del enjambre, nada más.
Este miedo a los ataques de las huestes judías ya causó muchos desastres a la humanidad. En los años 1930, el famoso aviador americano Charles Lindbergh llamó a USA a mantenerse apartados de la guerra que se avecinaba en Europa. Lo asaltaron los medios judíos como nazi y simpatizante de Hitler, lo calumniaron, y “del día a la mañana Lindberg pasó de héroe cultural a paria moral”. Ahora nuevamente, a USA les empujan a una nueva guerra las mismas fuerzas, esta vez en el Medio Oriente. Tratemos de detenerla dejando atrás el miedo, pues como reza un canto espiritual de los judíos hasídicos “haikar lo lefahed bihlal”, lo más importante es no tener ningún miedo. Carter nos devolvió la esperanza de que existe una América con la cual el mundo puede convivir, una América no agresiva y democrática, cuya política no la deciden los ricos financiadores, sino los USamericanos que votaron contra la guerra, y que se juntan hoy en Washington para llamar al fin de la escalada.