Andrew Brown pegó el grito: “el mensajero de Wikileaks en Rusia es Israel Shamir, un judío convertido al cristianismo ortodoxo y al antisemitismo furibundo: en los medios suecos se le ha denunciado ya como antisemita y negador del Holocausto”.
Ahora bien, el gran poeta griego Cavafy escribió: “a algunas personas les llega un día en que tienen que dar el sí definitivo o el gran no”. Cuando elegí dar el gran sí, el sí a Cristo, dejé de ser judío. Yo sabía que nunca más me dejarían en paz los negadores de Cristo y sus lacayos de la estirpe de Brown. Y no es que quiera quejarme: el los tiempos de Maimónides, a los renegados como yo se les silenciaba veloz y definitivamente; en nuestras circunstancias más ilustradas, se limitan a calumniarme y falsificar mi pensamiento. Si mi deseo de acercarme a Cristo es “antisemitismo” en opinión de Brown, qué le voy a hacer.
Basta mencionar que Andrew Brown, conocido enemigo de la Iglesia, es el mismo que insinuó con grosería que el papa es gay. Se le ha calificado como “el cretino con plaza fija en The Guardian”, con serios motivos. Sólo a un cretino se le puede ocurrir reducir mi rechazo metafísico de la ecuación Golgota = Auschwitz a una negación rotunda de los horrores de la guerra. Siempre disfruto discutiendo mis puntos de vista con otros, pero no con gente que ignora completamente las sutilezas y matices de mis escritos.
No me engaño con la idea de que por famoso es que me merezco este tipo de atención de parte de un diario inglés tan importante. Me doy cuenta que es simplemente una nueva tentativa para hundir a Julián Assange, esta vez mediante la asociación con mi nombre. Vuelvo a decirlo: no soy miembro de Wikileaks, ni soy su vocero, sino un amigo.
Los medios suecos a los que se refiere Brown se limitan al Expresen, la versión sueca del [popular y chismoso] Sun inglés, y se trata del mismo diario que lanzó la caza de brujas contra Assange. Normalmente se busca una fuente de información más legítima, pero cuando hay prisa la pasión se adelanta a la prudencia. Así empieza la corrida desatada por The Guardian contra Julián Assange.
Nunca he visto hechos elementales más distorsionados que en el artículo publicado por The Guardian el 18 de diciembre pasado, y eso que he coleccionado casos extravagantes en extremo. Se trata de ajusticiarlo a través de la prensa, en la mejor tradición de la Pravda en 1937. El autor del artículo Nick Davies escribió hace años en sus “Noticias de la Tierra Plana” que la práctica del periodismo en el Reino Unido está “sesgada”; acaba de demostrar que él también ha doblado el lomo.
Su argumento es tan sutil como un golpe a la cabeza. No hay la menor duda de que Assange jamás violó a nadie. Al día siguiente de la supuesta violación, la supuesta víctima comentó con sus amistades en twitter que acababa de pasar unos momentos maravillosos con el supuesto violador. La historia completa ya ha sido publicada, y se encuentra en internet con un simple clic. Nick Davies obviamente cometió una vileza cruel. Pero ¿acaso la publicación de su artículo fue simplemente un caso de equivocación por parte de The Guardian, o era en realidad el principio de una campaña de difamación?
Dos días más tarde, observamos el segundo ataque de The Guardian. Una tal Bennet pregunta: “A ver, señor Assange, ¿porqué no te vuelves a Suecia ya?” La respuesta no es muy complicada de hallar. Como bien supone Bennet, Julián no tiene nada que temer de Suecia. Y aquí cabe una pregunta a la Sra. Bennett. Si las autoridades suecas tenían interés en perseguir a Julián por violación, ¿por qué agregaron una condición especial a sus demandas de extradición, especificando que se reservaban el derecho de entregarlo a las autoridades USianas? Ya ves, Bennet, los Estados Unidos han inventado un trato especial al que llaman “Rendición Extraordinaria”, y es algo que yo no le desearía ni siquiera a Andrew Brown.
Voy a considerar la tentativa de acabar con la reputación de Julián mediante la asociación conmigo como un tercer asalto. “La primera vez, se trata de un acontecimiento inesperado; la segunda es una coincidencia, la tercera te da la prueba de que el enemigo está detrás de todo”, como lo dijo bien claro James Bond en Goldfinger.
¿Será que el patriotismo yanki ha infectado las trincheras de The Guardian, o es que estos reporteros están acatando órdenes, así de simple? ¡Se puede encontrar la respuesta en amazon.com.uk! The Guardian decidió destruir a Wikileaks una vez que lo haya exprimido del todo. “El Moro fue el que lo hizo, el Moro tiene que pagar” [como en el Otelo de Shakespeare]. Desde que entendió que a Wikileaks no lo subvierte ni somete nadie, The Guardian está recibiendo suscripciones para un libro que se llama Ascenso y caída de Wikileaks. El libro, anunciado, todavía no está a la venta; todavía les falta redactar lo de la caída…
De pronto, la campaña de difamación adquiere una lógica económica cruda. Pero allí no termina la cosa. The Guardian es un no de los diarios que han aceptado recibir los cables del Departamento de Estado de USA. Estuvieron de acuerdo para analizarlos y publicarlos. Y sin embargo se las han arreglado par convertir sus informes basados en Wikileaks en fuente de desinformación. Pues últimamente los titulares suelen declarar que Wikileaks es la fuente de tal o cual rumor. Por ejemplo, uno de los titulares publicados el día 18 de diciembre reza:
“Wikileaks: la fortuna de Lukachenko estimada en 9 billones de dólares”.
Lo cual es una estafa. Wikikeaks jamás ha hecho estimación alguna de la riqueza de Lukachenko, el presidente de Bielorrusia. Si uno lee el artículo entero, descubre de qué iba la cosa: a un empleado de la embajada Usiana le había llegado un rumor y se lo transmitió al Departamento de Estado, y además “el empleado de la embajada no pudo hacer ninguna verificación acerca de la fuente ni sobre la validez de la información”. Un título correcto hubiera sido:
“Revelación de Wikileaks: los diplomáticos Usianos riegan rumores imposibles de verificar acerca de la riqueza personal de Lukachenko”. The Guardian prefiere sugerir que Wikileaks es el que pretende ofrecer el dato, y deja a nuestra imaginación el cuidado de investigar las cuentas bancarias secretas que podrían fundamentar el título.
Vamos a suponer que un día Wikileaks publique cables transmitidos por la embajada rusa en Washington, dirigidos al centro en Moscú. Acaso vamos a esperar que The Guardian publique un flamante artículo con el rótulo:
“Wikileaks: El Mossad detrás del 11 de septiembre.”
¿No es más probable que redactarían la cosa así: “Wikileaks revela que los diplomáticos rusos en Washington informan sobre los persistentes rumores acerca de la responsabilidad israelí en los atentados del 11 de septiembre?”
Con motivo de este cuidadoso sabotaje, hay cada vez más gente diciendo que Wikileaks no es más que un instrumento del Departamento de Estado, o de la CIA, o del Mossad. Tal vez sea esto precisamente, lo que desea The Guardian que se diga… Bien puede ser que The Guardian haya caído en la cuenta de que ha llegado demasiado lejos, en las revelaciones, en la escenificación y en el aplauso al equipo de Wikileaks. Pero yo sigo apostando por Julián Assange. Es un chico excepcional, con mente de ajedrecista de primer rango. Muchas cosas más tiene guardadas en la manga. Es posible que The Guardian tenga que cambiarle el nombre al proyectado libro, y ponerle El ascenso y apoteosis de Wikileaks.