Cada año, el mes de junio me trae a la memoria los recuerdos de la guerra. Para el pueblo judío, la guerra representó una terrible tragedia –murió un tercio de los judíos, fueron aniquiladas comunidades enteras, entre las más ancestrales y más ricas de tradiciones. ¿Por qué tal cosa? ¿Por qué ese pueblo, más bien enérgico por lo general, no pudo evitarlo? Más allá de los responsables directos, evidentes, –los nazis–, también hubo otros culpables, que aportaron lo suyo para que tuviera lugar esa tragedia; unos por ignorancia, otros por indiferencia hacia la vida ajena, otros más por razones ideológicas.
Según cuentan, érase una vez un pobre gorrioncillo a punto de morirse de frío, que se salvó al calor del estiércol de unas vacas, hasta que por fin el gato le clavó el diente. Moraleja: “no todos los que te dan asco son tus enemigos, pero tampoco todos los que te sacan de la mierda son siempre tus amigos”: me vuelve a la mente este cuento a la hora de ponerme a relatar las extrañas relaciones bilaterales que existieron entre los judíos y el movimiento sionista.
Antes de proseguir, formulemos un reproche fundamental en contra del sionismo: este movimiento vio la luz, en sus inicios, para proteger y salvar a los judíos (amenazados) y en primer lugar a los judíos de Europa oriental. Pero, en lo sucesivo, se fijó como tarea esencial la creación y perennización de un estado judío en Palestina. Para alcanzar esta meta, el movimiento sionista estaba dispuesto –como sigue estando, hasta hoy día– a sacrificar los intereses de los judíos. Es lo que ocurrió, incluso durante la segunda guerra mundial.
Para habitantes de la Unión soviética, esta acusación no tenía nada sorprendente. Pues el sionismo era contemporáneo del bolchevismo y como este, se había desarrollado con la palabra de orden “no se sabría talar el bosque sin que vuelen los copos”. Pero he aquí la diferencia: para los bolcheviques, el objetivo era universal: la edificación del socialismo en Rusia, la realización de la felicidad para todos. Mientras que para los sionistas, se trataba de fundar un estado poderoso en el Medio Oriento, que tomara la sucesión del imperio del Rey Salomón. Y para llevar a cabo semejante “noble menester”, valían todos los recursos…
Sabbattai Beit-Tsvi, un viejo judío ruso, había trabajado toda su vida en los archivos de la agencia judía en Tel Aviv. Una vez que se hubo jubilado, había “publicado” en 1977, un “samizdat” (es decir, costeándose él), de unas quinientas páginas, formato in cuarto, con el título algo estrambótico de La crisis del sionismo post-ugandés en los días de la catástrofe de los años 1938-1945. Esta obra había permanecido desapercibida de muchísimos lectores, y la introducción, así como la conclusión, –espantosas ambas— dedicadas al papel del movimiento sionista en la tragedia de los judíos de Europa, terminaron produciendo el efecto de una bomba hace unos seis años, más precisamente cuando las citó el historiador israelí (de lo más oficial e unánimemente reconocido) Dina Porat. Desde entonces, su trabajo ha sido utilizado repetidas veces por historiadores que no siempre han tenido la delicadeza elemental de referírselo a nuestro jubilado, que sigue ahí desde años ha, sustraído a los mundanales honores.
Sin perderme en los arcanos de este pasado lejano, diré que al utilizar la expresión “sionismo post-ugandés”, Beit-Tsvi tenía en mente el movimiento sionista tal como se había formado cuando el siglo veinte apenas balbuceaba, es decir que el sionismo del que se trata es el sionismo propiamente dicho, el sionismo del siglo veinte. Según Beit-Tsvi, el sionismo conoce entonces una grave crisis: se divide sobre la cuestión de saber si se debía o no aceptar la proposición de Inglaterra de crear un estado judío en Uganda. Los que tenían la preocupación del destino del pueblo judío eran favorables al proyecto ugandés (eran estos los “minoritarios”) pero los “palestinocentristas” (“mayoritarios”) triunfaron y se dedicaron sin tardanza a edificar un estado judío en Palestina a cualquier precio, aunque fuese en detrimento del pueblo judío. En particular, esto se hizo sentir en los días del triunfo del nazismo, cuando el pueblo judío no logró salvar a una tercera parte de los suyos del exterminio; el caso es que salvar a unos judíos era lo que menos les importaba a los sionistas, si los rescatados no emigraban a Palestina. Por otra parte, no existía entonces todavía movimiento judío propiamente no sionista (existía un pequeño núcleo, embrionario, pero no gozaba de ninguna influencia notable).
“En diciembre de 1942, cuando el carácter masivo de la exterminación de los judíos de Europa se hizo patente (escribe Beit-Tsvi), el hombre que iba a convertirse (en 1963) en el tercer presidente de la república de Israel, Zalman Shazar, formuló la siguiente pregunta, meramente retórica: ¿por qué nosotros (el movimiento sionista) no nos enteramos? ¿Por qué pudieron los nazis tomarnos desprevenidos? Mientras tanto otro participante en la misma reunión de los dirigentes del movimiento sionista, Moshé Aram, declaraba por su lado: “Nosotros hemos sido cómplices involuntarios de la masacre” (refiriéndose a los que sabían, pero no habían hecho nada).”
“La organización sionista realizó la hazaña de “no saber nada” de la catástrofe hasta el otoño de 1942 y si lo logró, es por la sencilla razón de que no quería saber nada”, prosigue Beit-Tsvi. Luego determina en qué momento los nazis decidieron proceder a la eliminación sistemática de los judíos: evidentemente, fue en el verano de 1941, como lo demuestra el hecho de que el primer documento de archivo relativo a esta decisión lleva fecha del 31 de junio de 1941. La erradicación proyectada de los judíos era un secreto absoluto y si los países enemigos de Alemania lo hubieran conocido, habrían podido detener o por lo menos retener o denunciar la puesta en práctica de la orden no escrita de Hitler. Pero el movimiento sionista no estaba interesado en la publicidad, y se comportó de manera totalmente irresponsable : cuando aún no había estallado la segunda guerra mundial, en 1939, cuando el 21 congreso del movimiento sionista reunido en Ginebra, un cacique del sionismo (se trataba del futuro primer presidente de la República de Israel, Chaim Weizman) le declaró la guerra a Alemania, (nada menos) no en nombre de los judíos de Palestina, ni siquiera en nombre del sionismo, sino en el nombre del conjunto del pueblo judío… El 21 de agosto de 1939, esta ‘declaración de guerra’ fue dada a conocer, lo que les permitió a los nazis decir más adelante que “los judíos tienen la culpa de la guerra”. Desde el punto de vista de Beit-Tsvi, esto traducía elocuentemente la posición egocéntrica de los sionistas, que hacían prevalecer constantemente su propio punto de vista por encima del enfoque del conjunto del pueblo judío, sin importarles en lo más mínimo la suerte de la gente…
La prensa prosionista cumplió con las consignas de sus dirigentes, y aún cuando aparecieron en los periódicos, el 16 de marzo de 1942 –fundándose en una carta del comisario nacional soviético Molotov— los primeros testimonios de exterminaciones masivas de judíos, después de Babi Yar y otras matanzas, desde el mismo día siguiente, 17 de marzo de 1942, se podía leer en los diarios hebreos publicados en Palestina una desmentida oficial, según la cual las noticias que daban fe de centenares de miles de judíos matados eran ‘mentiras y exageraciones’. Molotov daba constancia de 52 000 judíos masacrados en Kiev: el diario sionista Davar retoma sus dichos, con una restricción importante: ‘según nuestros propios datos, la mayoría de las personas muertas en Kiev no eran judías en absoluto’. En otros diarios, tampoco se retomaron tales cuales las informaciones dadas por Molotov y se ofrecieron otras, ‘de primera mano’, especialmente lo de que “en Kiev, fueron en realidad sólo mil judíos los que fueron muertos”. Beit-Tsvi cita decenas de diarios sionistas, y en todos, sin excepción, se encuentra el mismo leit-motiv: no se tiene conocimiento de ningún genocidio: no son más que puras mentiras. “Hay que cuidarse de no regar rumores’, escribía, al día siguiente, el diario Ha-Tsofé, ‘el pueblo de Israel ya tiene que cargar con tantos pecados: no hace falta añadir la mentira, para colmo!” Pero no era la prensa la que tenía la culpa, prosigue Beit-Tsvi: la comunidad judía de Palestina no quería oír noticias desagradables procedentes de Europa. Entonces, “todo un ejército de escritores, comentaristas, editorialistas abrumó a los lectores con artículos calmantes y con explicaciones endulzadas. Sólo el movimiento de oposición ‘Brit Shalom’, agrupando partidarios de la paz con los árabes, dio crédito a la misiva de Molotov, pero nadie le hizo caso…
Por la misma época, prosigue Beit-Tsvi, los dirigentes sionistas conocían cuál era la verdadera situación. Sabían, pero eso no les interesaba –y no sólo en Palestina, sino también, en Londres y en Nueva York. No se podía esperar la menor simpatía de su parte: a algunos, como Ben Gorrión, les tenían sin cuidado los judíos de Europa, otros se rebelaban, sugiriendo que los judíos ‘iban al matadero como carneros’ y ‘no luchaban como hubieran luchado los héroes legendarios de los tiempos bíblicos…”
Tal silencio se explica por cuestiones de dinero. Beit-Tsvi cuenta en detalle cómo los sionistas se opusieron a los esfuerzos que procuraban dedicar medios financieros importantes de la organización sionista (y por lo tanto del pueblo judío) al rescate de los judíos amenazados.
El 18 de enero de 1943, las noticias acerca de las matazas de judíos habían tomado tal amplitud, fuera de lo común, que se había hecho imposible ocultarlas y había que debatir sobre el asunto. Durante una reunión organizada por dirigentes sionistas, la posición que ganó fue la de Yitzhak Grinbaum: no dar un kópek para rescatar a los judíos, e impedir de cualquier manera la colecta de recursos dedicados a este fin. “Esto es peligroso para el sionismo, no podemos dar dinero sacado de las cajas del movimiento sionista (Keren Ha-esod) aunque sea para salvar judíos. Tendríamos dinero suficiente para hacerlo, pero debemos conservar estos recursos financieros para nuestra propia lucha. El sionismo ante todo: esta fue nuestra respuesta a los que intentasen apartarse de nuestra misión primera con tal de salvar a los judíos de Europa”. Durante la misma sesión (memorable), Yitzhak Grinbaum era elegido ‘ministro encargado del rescate de los judíos europeos”…
Beit Tsvi cita decenas de declaraciones y actas de aquella época: “En mayo de 1942, el jefe de los sionistas americanos, Abba Hillel Silver, define las dos misiones fundamentas a las que los sionistas de los Estados Unidos estaban confrontados: la educación nacional (¿nacionalista?) y la popularización de la idea de un estado judío independiente. Acerca del rescate de los hermanos, ni una palabra. En octubre de 1942, Ben Gorrión define las tres tareas fundamentales del sionismo: la lucha contra las trabas a la inmigración de los judíos (a Palestina), la constitución de fuerzas armadas judías y la creación de un estado judío en Palestina, una vez que terminara la guerra. Sobre el rescate de los judíos (en camino de ser exterminados): ni una palabra.
Pero el movimiento sionista no se conformó con ser totalmente indiferente a la necesidad de salvar a los judíos: se las ingenió para hacer fracasar todos los planes de rescate elaborados en el marco de la conferencia de Evian. Beit-Tsvi le dedica un capítulo entero de su libro a este sabotaje, y demuestra la influencia absolutamente ilimitada de los sionistas sobre la gran prensa así como su capacidad a adueñarse de las opiniones. La conferencia de Evian había sido convocada en marzo de 1938 bajo la iniciativa del presidente Roosevelt, a fin de ayudar a los judíos a abandonar Alemania, que acababa de anexar a Austria. Al principio, el mundo judío manifestó un gran entusiasmo por esta iniciativa y bautizó incluso esa conferencia “Conferencia de la conciencia mundial”. El movimiento sionista tenía la esperanza de que la conferencia le concediera Palestina al doblamiento judío, y que allí se tomara una resolución conminando a Gran Bretaña –potencia mandataria en Palestina— a recibir a los refugiados judíos.
Pero el caso fue distinto. La conferencia de Evian se dedicó a elaborar planes para salvar a los judíos, y no a ningún plan de traslado a Palestina. Todos los representantes de los distintos países que participaban en la conferencia evocaron la posibilidad de acoger refugiados en su territorio respectivo, y se cuidaron de ejercer la menor presión (forzosamente ofensiva) sobre Inglaterra. Ahí fue cuando el parecer de los sionistas sobre esa conferencia cambió del todo, escribe Beit-Tsvi, la cólera sustituyó al entusiasmo y las esperanzas se transformaron en desilusión. Muy señalada fue la intervención del dirigente del movimiento sionista mundial, Chaim Weitzman: “si la conferencia no se pone de acuerdo sobre la resolución del problema de los judíos de una vez por todas por medio de su traslado a Eretz Israel, no hay por qué seguir”. Inmediatamente, toda la prensa sionista desató una campaña histérica, escribiendo: “nos rechazan y nadie nos reconforta: el mundo ha perdido toda conciencia”.
Pero los observadores no sionistas estaban optimistas: la conferencia había despertado la esperaza de ver a todos los emigrantes (judíos) potenciales admitidos en los distintos países participantes. Esta esperanza estaba fundada, y es precisamente la razón por la cual los sionistas se las ingeniaron con todas sus fuerzas para sabotearla, exitosamente. Beit –Tsvi cita la carta de un dirigente sionista, George Landauer, a uno de sus homólogos, Stephan Weiz: “Lo que nosotros los sionistas tememos por encima de todo, es que la conferencia de Evian incite a las organizaciones judías a colectar fondos para financiar la reinstalación de los refugiados judíos en los países participantes, lo cual gravaría nuestra propia colecta de fondos destinados a nuestros propios objetivos”. Beit-Tsvi resume las palabras del jefe de los sionistas Chaim Weizmann: “Para financiar el arribo de los refugiados judíos a otros países, se necesitará mucho dinero lo cual significará que las finanzas sionistas entrarían en quiebra. Si la conferencia es exitosa (es decir, si permite a los judíos perseguidos huir de la Alemania nazi), perjudicará al sionismo sin remedio. Dios no lo quiera: en caso de que los países participantes en la conferencia proclamen su generosidad e inviten a los judíos de Alemania a refugiarse en sus territorios respectivos, sería el fin del proyecto sionista en Palestina: los refugiados se regarían por una multitud de países, los judíos dejarían de darnos dinero, y los ingleses no concederían permisos para inmigrar a Palestina!”
Además, otros dirigentes del sionismo se ‘interesaron’ por la idea de salvar a los judíos (en la conferencia de la todo poderosa Agencia judía, el 26 de junio de 1938: Grinbaum evocó “el horrible peligro de Evian” y David Ben Gorrión declaró personalmente que en caso de tener éxito, la conferencia le asestaría un golpe terrible al sionismo. La misión primera de los sionistas, agregó, es denigrar la buena imagen producida por la conferencia y esforzarse por sabotearla, no permitirle adoptar una resolución ejecutiva. Esto fue lo que hicieron: una delegación de empleaduchos se llegó a la conferencia, y disuadieron a los delegados de los demás países, insinuándoles: “pero a ver, ¿por qué diablos necesitan ustedes inmigrantes judíos en su tierra, que van a hacer con ellos?”
La historia se quedó con el punto de vista de los sionistas. Pero lo cierto es que sintieron un gran despecho al ver que la conferencia no manifestó el menor deseo de ejercer presiones sobre Gran Bretaña y que el traslado de los judíos a Palestina no había prevalecido. Los sionistas sabotearon las tentativas desplegadas por todos los países occidentales con vistas a salvar a los judíos de la Alemania nazi: era preferible que desaparecieran en Dacha, y no que se fueran a meter en cualquier país que no fuera el futuro Israel. Evidentemente, en esa época, en 1938, nadie contemplaba seriamente la posibilidad de un exterminio masivo, pero no quita que los sionistas cargan con la responsabilidad de haber saboteado la conferencia, ayudando así, de manera objetiva, a que miles de judíos fueran exterminados. En realidad, los nazis sólo querían ‘quitarse de encima’ a los judíos, deportarlos: pero ¿a dónde? Los judíos de Alemania, a diferencia de muchos judíos soviéticos de hoy en día, eran patriotas y estaban muy arraigados a su tierra: no querían dejarla, aún en las pruebas peores. A pesar de las leyes de Nuremberg, de los pogromos, de la discriminación, el número anual de los judíos emigrantes decayó, alcanzando como punto más bajo la cifra de 20 000 personas. En total, de 1933 a 1938, son solamente 137 000 judíos los que salieron de Alemania. Este ritmo, demasiado lento a sus ojos, irritó a los nazis, deseosos de ‘librarse’ de los judíos cuanto antes. La conferencia de Evian tenía por objetivo resolver ese problema: los judíos echados (de Alemania) debían tener adonde ir y radicarse.
Existía una posibilidad de entendimiento: Alemania había aceptado no expulsar a 200 000 judíos muy mayores, y los demás países estaban dispuestos a recibir aproximadamente medio millón de personas en un período de tres o cuatro años. Entre estos: Estados Unidos (100 000); Brasil (40 000); República dominicana (100 000) etc. Beit Tsvi relata en detalle cómo los sionistas hicieron fracasar todos los planes de emigración de los judíos, el plan Rabli igual que los demás. El futuro ministro de asuntos exteriores israelí Israel Moshe Sharett (Tchertok) declaró, en ocasión del comité de dirección del movimiento sionista, el 12 de noviembre de 1938 (dos días después de la Noche de Cristal, masivo pogrom de masa, matanza de judíos en Alemania): “la Agencia judía no debe ser cómplice de la emigración de los judíos hacia otros países.” Yitzhak Grinbaum, ‘ministro del rescate de los judíos’ se expresó en términos aún más brutales: “Tenemos que hacerlo todo para impedir la emigración organizada fuera de Alemania y encender una guerra abierta contra ese país, sin preocuparnos por el destino de los judíos alemanes. Por supuesto, serán los judíos de Alemania los que paguen la cuenta: y ¿qué le vamos a hacer?
Beit-Tsvi considera la declaración de ‘guerra contra Alemania’ por parte de los sionistas como un error funesto. Para él, todo era aún negociable, todavía se podían aplanar las tensiones y no involucrarse en el engranaje infernal de bloqueos, boicot, aislamiento de Alemania. De hacerse así, hubiera sido posible evitar que se tomaran medidas antijudías. Así es cómo los sionistas sabotearon todas las tentativas desplegadas con vistas a salvar a los judíos, que no se alzaran sobre las ruinas de las aldeas palestinas, ni al precio del genocidio de los palestinos. Esto no les convenía a los sionistas. Por lo tanto sabotearon el plan de instalación de los fugitivos en la isla de Mindanao, en Filipinas, que era la solución por la cual habían obrado tesoneramente el presidente Roosevelt, así como otros proyectos, en Guyana británica, en Australia, etc… cuando Chamberlain propuso refugio y posibilidad de instalarse a los refugiados judíos en Tanganyka (hoy en día Tanzania, en África oriental), el dirigente de los sionistas de América, Stephen Weiss, puso el grito en el cielo: “ ¡ojalá perezcan mis hermanos judíos de Alemania antes de irse a vivir en las antiguas colonias alemanas.” Claro, Weiss no se imaginaba que la muerte ya estaba acechando a los judíos de Alemania: para él, todo aquello no eran más que ‘rumores’…
Aún más adelante, escribe Beit-Tsvi, los sionistas siguieron despiadados con el pueblo judío. Así en abril de 1942, cuando las noticias de la exterminación de los judíos se habían difundido ampliamente por el mundo, el ‘ministro de asuntos exteriores’ del movimiento sionista declaró: “no debemos perder el tiempo salvando judíos, si no es con destino a Palestina”. Por la misma época, Chaim Weizman se siente ‘feliz’ al comprobar que no se ha podido encontrar refugio para los judíos. El jefe del movimiento sionista americano, Stephen Weiss dio la orden de que se dejara de enviar ayuda alimentaría a los judíos que se estaban muriendo de hambre en el ghetto de Varsovia…
Beit-Tsvi analiza en detalle el ofrecimiento del presidente de la República Dominicana, Trujillo, que proponía recibir a 100 000 refugiados judíos (con el objetivo de incrementar la población blanca, introducir capitales y mejorar las relaciones de la república con los Estados Unidos). Incluso allá (en el otro extremo del mundo), los sionistas se encargaron de que el plan fracasara. Algunas decenas de familias solamente se fueron a instalar a Santo Domingo. Se les cortó el camino a los demás mediante los esfuerzos desplegados por la organización sionista en todos los campos: los financieros no dieron el dinero, los moralistas advirtieron que en Santo Domingo se oprimía a los negros, los puristas escribieron que allá era casi imposible evitar los matrimonios mixtos…. De modo que a principios de 1943, Chaim Weizman pudo decir con evidente satisfacción que ese plan había quedado definitivamente sepultado….
Uno de los relatos de pesadilla en el libro de Beit-Tsvi se refiere a los navíos “Patria” y “Struma”. Durante años, o tal vez decenios, la propaganda sionista estuvo contando que los refugiados judíos a bordo de esos dos buques habían preferido morir, después que se les prohibiera desembarcar en lo que se iba a convertir en Israel y que habían decidido morir mediante la explosión. La propaganda sionista más cargada de odio le echó la culpa de todo a los ingleses, incluso les achacó el haber minado el “Patria” y torpedeado el “Struma”. Las palabras de Ben Gorrión, en mayo de 1942, se habían tomado al pie de la letra: “Israel o la muerte”, lo cual significaba en realidad que los sionistas no dejaban a los judíos de Europa otra elección que la de morir o inmigrar (a Palestina).
A bordo del “Patria” se encontraban nada menos que dos mil fugitivos, esencialmente judíos de Checoslovaquia y de Alemania, el navío fondeaba en el puerto de Haifa, en noviembre de 1940, antes de partir rumbo a la isla de Mavriki. Inglaterra, potencia que ejercía la soberanía en Palestina, no podía dejar entrar semejante número de inmigrantes ilegales contra la voluntad del pueblo palestino, pero tampoco quería que pereciesen los judíos, por lo cual decidió deportar a los refugiados a una isla del Océano Indio, mientras terminara la guerra. Pero el mando de Hagana, organización ilegal de combatientes judíos, que se convertirá luego en ejército israelí, decidió impedir a cualquier costo esta deportación (término más apropiado: transferencia) y con este fin, acudió a las minas para hundir el “Patria”. La decisión la había aprobado el ‘ministro de asuntos exteriores’ de la comunidad judía de Tchertok-Sharett, en respuesta a la proposición de Shaul Avigur, que más tarde dirigió los servicios secretos israelíes. Meir Mardor instaló la mina en el sótano del barco, y desencadenó la explosión a eso de las nueve de la mañana. El bajel se hundió en unos diez minutos, ocasionando la muerte de dos cientos cincuenta fugitivos.
Sin un entramado de circunstancias, hubieran sido muchas más las víctimas. Hagana quería utilizar una mina mucho más poderosa, pero no la pudo acarrear a bordo del “Patria” a causa de la vigilancia intensiva del puerto por parte del ejército inglés. “Por respeto a la solidaridad nacional los sionistas opuestos a esta medida se quedaron callados”, escribe Beit-Tsvi, aún cuando los sionistas intentaron echarle la responsabilidad a… los ingleses, que habían salvado con increíble abnegación a los desgraciados pasajeros del “Patria”…
No se conoce con precisión la suerte del “Struma” porque sólo se salvó una persona. Pero Beit-Tsvi piensa que en ese caso también, el sabotaje es altamente probable. (Hoy día, se suele contar que a este navío lo torpedeó por equivocación un submarino soviético…). La dirección recibió serenamente la noticia de que habían desaparecido trágicamente los refugiados del “Patria”: “No han muerto en vano”, declaró Eliahu Golomb. No obstante, conviene precisar que no se habían muerto naturalmente, sino que se les había ayudado en ese sentido. El día de la deportación de los refugiados a bordo del “Atlántico”, añadió el mismo, traduciendo escrupulosamente el credo sionista, fue un día más negro aún que aquel en que murieron los refugiados del “Patria”. Es mejor, al fin y al cabo, que mueran los judíos, si no se les puede importar a Israel.”
A continuación, Beit Tsvi ofrece la relación de los esfuerzos desplegados por los judíos ortodoxos americanos, en octubre de 1943, en dirección al presidente Roosevelt y en Washington, con el fin de solicitar ayuda para salvar a los judíos de Europa en peligro de muerte. Estos esfuerzos fueron saboteados por los sionistas, que lo hicieron todo para disuadir a Roosevelt de recibir la delegación, para no tener que compartir con nadie más la influencia y la confianza de la que gozaban en el entorno del presidente.
Impulsado por acontecimientos más contemporáneos fue cómo Beit-Tsvi arremetió con su libro, en 1975. En ese momento, Israel y el establishment sionista libraban una guerra encarnizada para que se les abrieran las puertas de América a los judíos soviéticos candidatos a la emigración; dicha guerra sólo concluyó exitosamente en octubre de 1989. Como en los días de la secunda guerra mundial, los sionistas les negaban a los judíos el derecho a elegir: debían irse a Israel sin remedio. Para este fin, no retrocedían ante nada: ni ante el incremento del antisemitismo en los países donde vivían comunidades judías, ni ante el acoso de los estados que se hubieran mostrado favorables al arribo de emigrantes judíos…
Este breve artículo tendrá dos conclusiones. Primero en cuanto al problema histórico general de las relaciones históricas entre sionistas y nazis. El sionismo, en particular su ala derechista (la que gobierna en la actualidad en Israel) siempre ha sabido encontrar un terreno de entendimiento con el fascismo. A lo largo de los últimos decenios, esto se manifestó a través de la asistencia militar y tecnológica aportada por Israel a los regímenes militaro-fascistas de América Latina, desde el chileno Pinochet hasta los matones de El Salvador, o, poco antes, su unión directa con Jacques Soustelle y la OAS, que ocasionó el divorcio entre los sionistas y la Francia de De Gaulle. Notemos que hasta la segunda guerra mundial, los miembros de las organizaciones sionistas de derecha eran admiradores de Mussolini, al cual le habían ofrecido asistencia en su guerra contra Inglaterra.
Con los nazis de Hitler, los sionistas no encontraron terreno de entendimiento, y la historia todavía no ha establecido la existencia eventual de contactos entre sionistas e hitlerianos, con la notable excepción de las hazañas famosas de Kastner y Brand, dos emisarios sionistas en Hungría, que la pasaban bien en compañía de Eichman y Vislitsen. Y aunque objetivamente le hicieron el juego a los nazis, al convenir con ellos que mejor era silenciar la exterminación de los judíos de Hungría, a cambio de promesas mentirosas de Eichman y de numerosas autorizaciones de salida para sus familiares, claro está que no se sentían subjetivamente nazis. En los años sesenta, el Dr. Kastner le formó juicio a un periodista israelí que lo había desenmascarado y denunciado, pero el juicio no hizo más que confirmar la veracidad de esta denuncia y un judío húngaro le cayó a palos en medio de una calle. (El caso Kastner dio el argumento para una obra inglesa que causó sensación. Esta obra se situaba en el ghetto. Suscitó debates judiciales en Inglaterra, donde terminó prohibida de escenificación, bajo la presión de los sionistas. Sólo se pudo llevar a la letra impresa, y eso, “a cuenta de autor”…. Sin embargo, aquello de lo cual Beit-Tsvi acusa a los sionistas, es de indiferencia hacia las víctimas, y no, de vínculos directos con los nazis, al contrario de lo que sostienen ciertos propagandistas del antisionismo.
La segunda conclusión tiene que ver con la historia de los judíos de Irak, que demuestra que aún durante los años de post-guerra, los sionistas no tuvieron escrúpulo alguno para alcanzar sus metas y no tuvieron compasión de ‘su propio pueblo’. Esta historia la describe en detalle un periodista israelí famoso, llamado Tom Segev, en su libro titulado “1949”, al cual hay que agregar el libro El fusil y el ramo de olivo escrito por el corresponsal en Medio Oriente del diario británico The Guardian, David Hirst (ediciones Faber & Faber, 1977).
La emigración masiva de los judíos de Irak se consiguió mediante una escalada de explosiones cada vez más potentes en las sinagogas de Bagdad. Con el tiempo, se descubrió que los atentados eran realizados por agentes de los servicios de información israelíes. Otro factor poderoso había sido una campaña de comunicados incesantes publicados en la prensa americana prosionista acerca de las “amenazas de pogromes” en Irak (¡que recuerda los discursos sobre los pogromes inminentes en Rusia, en 1990!). Sazón Kadduri, gran rabino de Irak, escribió en sus memorias: “Hacia mediados de 1949, se desencadenó una guerra de comunicados en América, y no era cosa ligera: los dólares americanos debían salvar a los judíos irakíes, y no se averiguaba si necesitaban que se les salvara… Pues todos los días, sucedían pogromes, indudablemente pero… ¡solamente en las páginas del New York Times, en los comunicados procedentes de Tel Aviv! ¿Por qué nunca nos hicieron preguntas? ¡Eso sí que se lo habríamos dicho! En Irak, unos agentes sionistas comenzaron a manifestarse, suscitando tensiones en el país y prometiendo maravillas a los judíos irakíes. Se empezaron a desplegar esfuerzos en vistas a obtener la autorización para una emigración masiva, y también se empezó a acusar al gobierno irakí de “persecuciones contra los judíos”. Por fin, bajo la presión de las manifestaciones y del boicot comercial, el gobierno irakí capituló y publicó un decreto autorizando una emigración masiva de los judíos, lo que equivalía a expulsarlos del país. No hace falta decir que en Israel, los judíos irakíes no encontraron las soñadas maravillas, sino una situación social difícil. “Así, el sionismo había mostrado, una vez más, su rostro brutal”, concluye David Hirst.
De modo que siempre es interesante rememorarse la historia, en estas jornadas de junio, y más aún importa refrescarles la memoria a los propensos al olvido…
Traducción al castellano: Maria Poumier