Israel Shamir

The Fighting Optimist

El valor de la autodeterminación

Por Israel Adán Shamir, 12 octubre 2008, conferencia pronunciada ante el Rhodes World Public Forum of Dialogue of Civilisations

 

Estimados amigos, estos son tiempos espléndidos, aunque fatídicos. La gran crisis financiera lleva al derrumbe de la hegemonía; y las redes tejidas para apresarnos se están aflojando. Estamos como prisioneros que notan que los carceleros están muy perturbados y confundidos. De momento, esto nos asusta, y pensamos: ¿y si no nos reparten la comida esta noche, y si nos quitan los pequeños privilegios que habíamos logrado conquistar y preservar? Pero basta de dudas, lamentos o temores: ¡estamos en el camino de nuestra libertad!

¡Las paredes se están agrietando, los carceleros se van a dar a la fuga, y nosotros recobraremos la libertad!

Los carceleros y sus secuaces intentan convencernos para que los apoyemos, pues, según ellos, ya no van a poder gobernarnos como lo han venido haciendo hasta ahora, y serán tiempos de anarquía, ya no habrá trabajo ni sueldos. Prometen mejorar nuestras condiciones de detención, si aceptamos jugar a la pelota con ellos. ¡Pues no, no los apoyemos! Tal vez nos dejen sin el plato de lentejas, pero el mundo entero será nuestro. Mercados y acciones desinfladas no son más que trozos de papel sin valor, la economía real no se verá afectada. Si todos los dólares desaparecieran, nosotros los trabajadores sobreviviríamos, como sobrevivieron los rusos al derrumbe del rublo, y los alemanes a la implosión del marco.

¡Orientales: ahora es cuando podemos librarnos del hueso mismo de la hegemonía, pues la dependencia semicolonial de Oriente ya pertenece al pasado! En la nueva era, vamos a necesitar un nuevo sistema de relaciones internacionales, fundado sobre la igualdad. Desde hace dos siglos, la hegemonía occidental no ha dejado de resquebrajar el Oriente, y romperlo en pedazos. Pero ya podemos entablar el proceso inverso, el proceso de integración. Nuestros valores estaban bajo el ataque de la hegemonía occidental, pero ahora nuestros intereses y nuestros valores deben prevalecer. Aún el año pasado, esto parecía un sueño insensato. Pero hoy, gracias al derrumbe financiero, ya es una realidad posible.

La autodeterminación es una cuestión clave en el diálogo multisecular entre Oriente y Occidente, esa famosa autodeterminación a la que acuden los occidentales de manera falseada, pues procuran confundirnos con los dos sentidos diferentes que puede tener la palabra, tan distintos como puede tenerlos la palabra ‘raíz’, cuando nos referimos a la raíz de un árbol o a la raíz cuadrada de un número. Debemos distinguir entre autodeterminación sistémica (ADS), tan antigua como la humanidad misma, y autodeterminación política (ADP), invento de Woodrow Wilson.

La autodeterminación sistémica (ADS) se acerca al concepto de soberanía, es el derecho que tiene una nación (o sea, en la época nuestra, un Estado) de elegir libremente sus sistemas político, económico, social y cultural, para vivir como se le da la gana, según sus valores propios; mientras que la autodeterminación política (ADP) es el derecho que tiene un pueblo (o sea, una entidad etnocultural), de crear un Estado, separarse de otro Estado o pedir su inclusión en algún Estado ya existente. ADS y ADP son reconocidos por la Carta de las Naciones Unidas (artículo 1, párrafo 2; y artículo 55, párrafo 1) pero difieren mucho en su aplicación.

 

La autodeterminación política (ADP)

El derecho de las naciones a su autodeterminación política forma parte integral del paradigma de la modernidad; este derecho fue defendido por Occidente como parte constitutiva de la tendencia nacionalista romántica, y fue reutilizado para arrancar los Balcanes y el mundo árabe al imponente commonwealth oriental que era el Imperio Otomano. Qué casualidad que los territorios que consiguieron la autodeterminación se convirtieron en colonias o protectorados británicos, u otras formas de territorios dependientes, antes de reencontrarse, a fin de cuentas, bajo la Pax americana. La concretización de la ADP, cuando la disolución del imperio otomano, provocó masacres y depuraciones étnicas a una escala sin precedentes. Esmirna y Salónica, griegos y turcos, armenios y kurdos, hasta albaneses y servios en fecha más reciente, fueron las víctimas de esta Arma de Destrucción Masiva.

Occidente defiende la aplicación de ADP a Oriente e invoca a menudo su respaldo a la independencia de regiones tales como Tibet, Cachemira, Chechenia, Baluchistán, Waziristán, Kurdistán, y qué sé yo cuántos más. Una aplicación total de este principio desembocaría en el despedazamiento de Oriente en cientos de mini-estados, pero todos ellos adoptarían al final el  mismo sistema liberal occidental de valores.

La historia tiene sus ironías: en el siglo XIX, Occidente se encontró dividido en Estados nación, mientras su rival, Oriente, se organizaba en vastas unidades territoriales supranacionales, en Commonwealths, los de la Turquía otomana, del imperio austro-húngaro, más Rusia, China e India. Occidente combatió a Oriente no solamente con armas de acero y fuego, sino también esgrimiendo el concepto de identidad nacional (o sea: étnica) y la apetencia de autodeterminación de dicha identidad por medio de la secesión o la declaración de independencia. Después de dos siglos de aplicación de estos principios, en el siglo XXI, Occidente está unificado, formando dos inmensos estados supranacionales, Estados Unidos y la Unión europea, mientras que Oriente se halla fragmentado en varias decenas de Estados, y la tendencia a la fragmentación sigue virulenta. Dicho de otra forma: Occidente y Oriente han intercambiado sus lugares, mientras la superioridad de Occidente se encontraba asegurada, reconocida y celebrada.

Este trastorno nos permite reconocer en la autodeterminación política un arma poderosa de guerra ideológica, una máquina infernal instrumentada por Occidente para socavar y colonizar a Oriente. La disolución de la Unión Soviética fue causada en gran medida por la activación de esta máquina infernal, una “mina dormida” ideológica de explosión diferida, incorporada dentro de la estructura soviética por el propio partido comunista de la URSS, por ciertas razones históricas. Los marxistas rusos habían heredado este principio de los marxistas europeos, para quienes esto era natural en su visión eurocéntrica del mundo. El partido de Lenin minimizó la aplicación de dicho principio, pero sin lograr exorcizarlo del todo. En 1991, la autodeterminación política fue utilizada para hacer trizas la Unión soviética, y causó daños enormes a millones de ciudadanos soviéticos. Millones de ellos se convirtieron en refugiados errantes, mientras otros millones perdían el derecho a utilizar su lengua materna, o a valerse de sus derechos como ciudadanos, sencillamente.

Este “derecho” engañoso y dañino debería sacarse de los libros y ser negado con fuerza, pues basta con declarar su existencia para provocar estragos y baños de sangre.  El Oriente nuestro, es decir las tierras de Eurasia, situadas al este de los países europeos occidentales, puede recobrar sus raíces, o, dicho de otra manera, inspirarse en la experiencia de la integración europea y reconstituir un amplio Commonwealth que unificaría a la población.

Esto es lo que necesitan todos los grandes países orientales.

–          China: imposible para China aceptar la secesión de Tibet, porque esto terminaría haciendo de los dos millones de tibetanos (mejor dicho, su élite monástica) los dueños de millones de kilómetros cuadrados de territorio, mientras dos millones de no tibetanos que viven allí perderían todos sus derechos, e incluso la vida. La autodeterminación política de Tibet provocaría una enorme oleada de  depuración étnica, y socavaría tanto las bases de China como de la India (pues hay partes del Tibet histórico que pertenecen hoy a la India), y esto crearía una nueva base militar occidental en el mismo corazón de Eurasia.

–          India: el separatismo de Cachemira es igualmente inaceptable. Una Cachemira independiente y musulmana sería incapaz de administrar las dos terceras partes de su territorio, pues los budistas de Ladakh y del Hindu Jammu, que hoy forman parte del Estado de Jammu y Cachemira, no se atendrán a las directivas procedentes de Srinagar. La conjunción de las oleadas de refugiados musulmanes procedentes de Ladakh y Jammu, y de las olas de refugiados hindúes, procedentes de Cachemira misma, arruinaría al país por décadas, aun si no acarreasen una vuelta a las hostilidades entre India y Pakistán. En lugar de esto, un amplio proyecto de integración puede emprenderse para invertir la partición fatal del Raj, el subcontinente indio, así como la que se concretó a lo largo de la línea Durand.

–          Rusia: podemos poner en duda el que la aplicación de la autodeterminación política (de 1991) al territorio de la ex Unión Soviética tenga un efecto duradero. La separación de Ucrania produjo frutos amargos: el régimen prooccidental de Yuschenko había prohibido el idioma ruso, el primer idioma de la mayoría de la población ucraniana. La gente tiene prohibido expresarse en ruso, y hasta las obras del mayor escritor ucraniano, Gogol, están clasificadas como “literatura extranjera” porque fueron escritas en ruso. Yushchenko abasteció a Georgia en armas modernas, y tiene proyectado meter a su país en la OTAN, convirtiendo a Ucrania en enemiga de Rusia. Georgia es un proyecto rengo y criminal, pues la mitad de la población georgiana inmigró a Rusia para escapar de Saakashvili y su régimen pretendidamente independiente.

Este supuesto “derecho a la autodeterminación” debería ser contrarrestado por dos principios que son más fundamentales: el principio que prohíbe la discriminación, y el que ordena evitar cualquier baño de sangre. La creación de nuevos Estados sobre bases étnicas, religiosas o culturales provoca infaliblemente baños de sangre y discriminaciones. Así por ejemplo, la creación de los estados independientes de Estonia, Lituania y Georgia acarreó una discriminación brutal en contra de los no-estonianos, no-letones y no-karvelianos, que representan casi la mitad de la población de estos países. Cuando ocurrió la primera tentativa después del tratado de Versalles para arrancar a estas regiones de Rusia y convertirlas en Estados independientes, las elites locales expropiaron y expulsaron a los alemanes de Estonia y Lituania, y los armenios se encontraron expulsados de Georgia. Cuando la segunda tentativa, en los años 1990, las víctimas fueron los rusos, en Estonia y en Lituania, y los abjaces y osetas, en Georgia. Esto dio lugar a una reacción en cadena: pues los alemanes expulsados de los estados bálticos ofrecieron su respaldo al militarismo hitleriano, mientras que los osetas y abjases creaban un problema nuevo, el de los refugiados georgianos procedentes de estas regiones.

Sabemos todos que un matrimonio puede fracasar. Pero un divorcio también puede fracasar. El divorcio en 1991 de las repúblicas soviéticas fracasó. La salida está en reintegrar el área post-soviética, seguida por la reintegración de otros grandes commonwealths orientales (otros los llaman “imperios”). La reintegración de las tierras musulmanas y ortodoxas antiguamente unidas en el imperio bizantino, y luego en el imperio otomano, en un commonwealth oriental, colocado con la anuencia de Rusia y Turquía podría detener y retrotraer el proceso de fragmentación que creó una docena de Estados balcánicos, desmembró a Irak en tres pedazos, le arrancó el Líbano a Siria y Kosovo a Serbia. En vez de permitir independizarse a Cachemira, India y Pakistán podrían reunificarse. Pues la reunificación es la vía que permite terminar con la discriminación, la pauperización y el sometimiento a Occidente de todas las naciones de Oriente. El derrumbe del sistema financiero occidental que estamos presenciando hace que esta iniciativa sea factible e incluso deseable.

En el Medio Oriente, la prioridad de la no discriminación, por encima de la autodeterminación, puede llegar a proclamarse y restablecerse. El Estado judío es un proyecto occidental piloto, creado mediante el fraccionamiento de Siria para implementar allí el “derecho” a la autodeterminación política del pueblo judío. Se ha convertido en fuente constante de discriminación, alienta el separatismo, es una base militar de Occidente, es un Estado con una larga historia de agresiones contra sus vecinos, un agresor potencial contra Siria e Irán, y un transgresor del régimen de no proliferación nuclear. En lugar de esto, se puede remediar esta situación reintegrando a Palestina en un Estado único no discriminatorio. Ya que la resolución de la ONU del 29 de noviembre de 1947 no ha sido aplicada, y puesto  que el Estado palestino previsto por la misma no se ha creado, por motivo de la intransigencia de las élites judías, convendría renunciar a este proyecto, borrarlo y sustituirlo por un proyecto de integración. La creación de un Estado no hegemónico y no discriminatorio, un Estado de todos sus ciudadanos, en lugar del Estado judío, puede convertirse en el punto a partir del cual Oriente le daría la espalda a la fragmentación, y se pondría en marcha hacia la integración.

 

2 – Hegemonía y autodeterminación

El camino de las naciones hacia su autodeterminación sistémica, hacia su derecho a vivir de acuerdo con sus propios valores, este camino está cerrado por el hegemonismo occidental. La hegemonía occidental no es solamente material, como consta por sus conquistas y expansión colonial, sino también cultural. Esta hegemonía cultural tiene raíces antiguas, que se remontan a las antiguas reivindicaciones del papa de Roma, que quería imponer su primacía sobre todos los patriarcas. La hegemonía está conectada con la visión eurocéntrica del mundo, pero no es exactamente lo mismo. Pues el eurocentrismo es fundamentalmente una visión parroquial de gente que todavía no tienen conciencia suficiente de la existencia del resto del mundo, y que, en esta medida, se apartan de lo políticamente correcto. Mientras que el hegemonismo occidental va mucho más allá de la visión euroéntrica ombliguista. Edward Said subrayaba con razón la propensión a la dominación política e ideológica, más allá de la visión cultural eurocéntrica.

El Dr. J. C. Kapur citó un documento (una minuta) de Lord Macaulay, que se refería a esto, diciendo:  “Nosotros, los británicos, nunca podremos conquistar la India, mientras no le hayamos partido a esta nación el espinazo, que es su herencia espiritual y cultural. Si los hindúes empiezan a pensar que todo lo extranjero, y especialmente lo inglés, es bueno y superior a lo que es propiamente suyo, entonces perderán la autoestima, la fidelidad a su cultura autónoma autóctona, y se convertirán en lo que nosotros queremos, es decir una nación dominada del todo.” Esto no es una cita textual, pero sí refleja la esencia del razonamiento expresado por Macaulay. En otras palabras, la hegemonía cultural es la precondición de una dominación política y económica duradera, si retomamos la terminología de Gramsci.

En el último cuarto del siglo XX, la hegemonía ha sufrido cierto descalabro, porque su base de poder se ha achicado notablemente. En primer lugar, se ha reducido a la hegemonía norteamericana; luego ha pasado a convertirse en la hegemonía de las élites norteamericanas financieras y fuertemente judaizadas. Ya no se trata de hegemonía occidental, sino de una hegemonía dirigida tanto contra Occidente como contra Oriente. Una larga tregua entre hegemonistas y pueblos de Occidente, acaba de concluir.

Los hegemonistas niegan el derecho a la autodeterminación sistémica. Les niegan a los iraníes el derecho a vivir de acuerdo con sus concepciones religiosas y guiados por sus líderes espirituales; les niegan al pueblo de Corea del norte y a los cubanos el derecho a seguir siendo comunistas; a los palestinos el derecho a elegir el gobierno religioso y solidarista de Hamás ; a los malayos y a los rusos el derecho a mantener sus canales de televisión bajo control nacional. Les niegan además a los austriacos el derecho a elegir un gobierno de derechas, a los yankis el derecho a prohibir el aborto y celebrar abiertamente las fiestas de Navidad, a los franceses y alemanes el derecho de criticar la visión judaizante del mundo, a los suecos el derecho de limitar la inmigración y la diversidad cultural en Suecia.

En resumidas cuentas, los hegemonistas le niegan el derecho a las naciones a elegir su sistema político y a vivir de acuerdo con sus propios valores. Pretenden que sólo habría un sistema de valores aceptable y autorizado, que sería el sistema occidental, liberal, laico, civilizado… mientras que los otros sistemas serían todos inferiores, erróneos, criminales y deficientes.

Las naciones de Occidente todavía están subyugadas, y no atreven a rebelarse abiertamente contra los hegemonistas. Pero Oriente tiene una actitud diferente, porque conserva la convicción de que naciones y civilizaciones tienen derecho a vivir como les de la gana. Occidente ya tiene motivos para romper con la hegemonía (pero puede optar por seguir con sus viejas ínfulas). Y Oriente está proclamando este mismo derecho, bajo múltiples formas.

Esto lo ha proclamado el presidente ruso Dimitri Medvedev, en su llamado a la multipolaridad. Esta doctrina de la multipolaridad no se limita a una estructura de poder múltiple, como afirman algunos, sino que va más allá: es el reconocimiento de numerosos sistemas y numerosos valores políticos diferentes, o incluso el reconocimiento al derecho a la autodeterminación sistémica.

Los hegemonistas aceptan en teoría ese derecho, tal como lo formula la Carta de las Naciones Unidas, pero en la práctica lo niegan, y entablan combate con todos los demás sistemas de valores, exigiendo que todos se sometan a su hegemonía, al nivel civilizacional.

A partir de ahora, podemos reevaluar la Guerra fría. No se trataba de una guerra ideológica entre dos sistemas políticos iguales sino más bien de una guerra librada por el Este para poder vivir en conformidad con sus propios valores; el Este comunista nunca trató de imponer sus valores a Occidente, mientras que Occidente le negó al Este el derecho a vivir a su estilo.

Noam Chomsky trató de reducir esta cuestión del hegemonismo al factor económico. Escribió que Estados Unidos, en tanto vehículos del espíritu hegemonista occidental, “sólo” busca el acceso a los mercados y a los recursos naturales de los demás países, aplicando un supuesto “derecho al robo” según sus palabras. Esto ya sería desastroso, pero es que los hegemonistas no se conforman con el simple robo: ahora quieren que entreguemos el alma además de nuestro dinero, nuestras riquezas y nuestro trabajo. Han edificado para este fin un sistema de control civilizacional  único, aplicado al mundo entero; utilizan la ONU, los tribunales internacionales, la Corte de justicia internacional, la Agencia mundial de la energía atómica, las instituciones encargadas de imponer la tolerancia y cuantimás.

Los dirigentes del Este todavía no han entendido que estas instituciones están cautivas, entre manos de los hegemonistas, y socavan la independencia civilizacional del Este. Muchos países reconocen de hecho que los hegemonistas occidentales no son proclives a conformarse con su presa financiera, y exigen el sometimiento a su diktat cultural. Por esto es que todos los dirigentes rusos post soviéticos (incluyendo a M. Medvedev) juran que se suman al sistema de valores de los hegemonistas, aunque hacen lo posible por defender sus recursos naturales. Aceptan concurrir a distintas manifestaciones relacionadas con Auschwitz, edifican museos de la tolerancia y denuncian dudosos agravios racistas y antisemitas. Lo hacen porque quieren permanecer fuera de la lista de los enemigos, fuera de la lista del supuesto “Eje del mal”. Pero Rusia, así como otros países que no pertenecen al núcleo occidental, no se somete de veras al paradigma liberal, y por consiguiente, estos países siguen siendo adversarios, a pesar de las afirmaciones en sentido contrario de sus dirigentes. El sistema de valores es un sistema de pecados y virtudes, y son estos pares los que no coinciden, en las distintas civilizaciones.

Bajo la ley hegemónica, la humanidad pasó de ser llevada hacia delante por una carreta halada por bueyes al motor de automóvil, pero a la vez fue renunciando a los placeres de la tertulia, en salones, patios y parques, para estar pendientes de CNN y MTV. Y lo más grave es que la parte supuestamente más avanzada y más progresista de la humanidad trastocó los antiguos pecados, haciéndolos virtudes novísimas. Así es cómo un glotón pasa a ser un crítico gastronómico encumbrado, un travesti grita su orgullo desaforado por la calle del medio, un rabioso pide a gritos el bombardeo de Irán, y se promueve la pereza  como modo de vida ideal. Lo peor es que la codicia se ha vuelto norma, y es considerada como la máxima cualidad del hombre nuevo.

Nuestros sistemas están divididos por diferencias de actitud frente a Dios y lo debido a la   mayoría. Oriente, lo mismo que el Occidente tradicional, prefiere la solidaridad, ama a Dios y rechaza la codicia; mientras que el paradigma liberal hegemonista celebra el individualismo, aplaude la codicia vista como virtud suprema, y le deja a Dios apenas un lugar pequeño entre las pertenencias personales de los creyentes. En los evangelios está el mandamiento de elegir entre Dios y Mammón: nunca tanto como hoy se percibe lo inapelable de este precepto.

Hoy día, cuando presenciamos el derrumbe de los castillos de naipes de Mammón, también se desvanece la ilusión del mercado en tanto medida única del valor real de las cosas. La codicia destruye cualquier sociedad, esto no falla. Las sociedades que optan por Dios son más inteligentes que las que lo apuestan todo a Mammón.

En Occidente, se persigue a los creyentes; así en USA, está prohibido hasta desearle a la gente  feliz navidad o felices pascuas. Los profesores que celebran las fiestas cristianas pierden su trabajo. Del otro lado, está Oriente, rebosando fe. En Rusia, las iglesias están repletas, hay carteles en las calles que celebran cada fiesta de la iglesia, y la demanda de solidaridad es más fuerte que nunca. Salta a la vista la misma tendencia en Palestina, en Turquía, en Irán, donde la gente prefiere una solidaridad fundada sobre la fe que no un nacionalismo laico, frío y racional. Podría suceder lo mismo en Occidente, si los grandes maestros espirituales del siglo pasado, Simone Weil y T. S. Eliot, fueran escuchados y entendidos. Su derrota es lo que causó la hegemonía liberal. Sólo una vez que se encuentre vencida esta hegemonía las civilizaciones se hallarán aptas a respetarse mutuamente y a seguir dialogando sin dejar de respetar su autodeterminación sistémica. Y hoy es la oportunidad para realizar este sueño.

 

Traducción : Maria Poumier, revisado por Horacio Garetto.

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