Israel Shamir

The Fighting Optimist

Los cazadores de vampiros

Los cuentos de vampiros ofrecen múltiples recetas a sus lectores, para el caso de que sean víctimas de un ataque macabro. El puñado de tierra de cementerio forma parte de los remedios corrientes, se recomienda el manojo de ajos al alcance de la mano, y no hay nada mejor que el crucifijo. Pero a veces los remedios no funcionan. En la comedia de horror hilarante de Roman Polansky, Los intrépidos cazadores de vampiros, el héroe trata de espantar a un vampiro judío haciendo el signo de la cruz. El vampiro judío se sonríe de manera harto significativa, estilo Violín en el tejado, y enseña los colmillos : la cruz no lo impresiona para nada. Esta película de Polanski me vuelve a la mente en el momento en que me asomo a la nueva oleada de controversias acerca del Holocausto. Los “historiadores revisionistas” que sus adversarios consideran como “negadores del holocausto” van a reunirse para una conferencia en Beirut a fin de comparar sus informaciones sobre el genocidio nazi. El establishment judío americano, y en particular la organización sionista americana (ZOA) y el Anti-Defamation league (ADL) ha exigido que esta conferencia sea prohibida. A la ZOA no le molesta el revisionismo como tal. Incluso es esta organización la que ha sido pionera en el arte de negar la historia, ya que publicó, con el dinero de los contribuyentes americanos, un folleto titulado : Deir Yassin, historia de una mentira. Deir Yassin es la aldea pacífica que los grupos terroristas Etzel y Lehi habían atacado, el 9 de abril de 1948, masacrando a toda la población : hombres, mujeres y niños; aquí no voy a recordar lo de las orejas cercenadas, entrañas esparcidas, mujeres violadas, hombres quemados vivos, cuerpos arrojados a una cantera y los asesinos pavoneándose. Desde un punto de vista existencial, todas las masacres son semejantes, de Babiyar a Chain Gang, pasando por Deir Yassin.

Los revisionistas de la ZOA han utilizado todos los métodos de sus adversarios, los “negadores” : rechazan los relatos de los testigos oculares sobrevivientes, de la Cruz Roja, de la policía británica, de los boy-scouts israelitas y de los demás observadores judíos, que han asistido a toda la escena. Incluso ocultan las excusas presentadas por Ben Gurión, ya que a su vez lo jefes de estas pandillas se habían vuelto a su vez primeros ministros del estado judío. Para la ZOA, sólo los testimonios de los verdugos podrían tener alguna validez, digo, con tal de que sean judíos.

Si los judíos son las víctimas, entonces estas mismas organizaciones sionistas americanas no ahorran esfuerzos para desafiar el revisionismo. Esta posición dudosa desde el punto de vista moral sin duda acarreó agua al molino de los congresistas de Beirut. De seguir su lógica defectuosa, si los israelíes cuentan mentiras sobre lo que ocurrió realmente en 1948, tal vez los recuerdos judíos sobre el Holocausto son igualmente falaces. Pero esto es energía malgastada. Por supuesto, marcaron algunos puntos y los relatos de grasa humana transformada en jabones o de hornos ardientes según Wiesel han sido abandonados. Pero estos revisionistas cuestionan el número auténtico de víctimas judías. Si mil judíos o gitanos solamente hubieran sido asesinados por los nazis, serían mil de más. Esto no es ninguna cuestión primordial, la definición misma de lo que es una víctima es algo que se presta a interpretaciones.

Un buen ejemplo de la “definición de la víctima” apareció en el diario Ha’aretz el fin de semana pasado. Cuando concluyó la guerra del Golfo, en 1991, sólo apareció una víctima israelí de la guerra. Hoy en día, oficialmente, hay cien israelíes reconocidos como víctimas de la guerra del Golfo, y sus familiares cercanos perciben una pensión a cuestas de Irak. Algunas de estas víctimas murieron por estrés, otras, porque no se pudieron quitar las máscaras de gas murieron ahogadas. El artículo de Ha’aretz sostiene que un número mucho más importante, de quejas han sido declaradas indebidas por las autoridades israelíes. Por eso es que Michael Elkins, antiguo corresponsal de la BBC en Jerusalén y ciudadano israelí, está justificado al afirmar que el número de las víctimas (del Holocausto), saber si fueron tres o seis millones los muertos, no es el verdadero problema.

Los “revisionistas” se han jugado la vida y la fortuna tratando de demoler lo que llaman el “mito del holocausto”. Se puede comprender su interés. Hoy por hoy, cualquiera puede poner en duda abiertamente la Inmaculada Concepción o (¿por qué no?) desafiar los mitos fundadores de Israel. Pero el culto del Holocausto goza de una prohibición exorbitante, que tiene fuerza de ley, y que afecta cualquier investigación que pudiera conducir a la deuda sobre el dogma sagrado. Los dogmas tiene el don de atraer los espíritus críticos. Sin embargo, detrás de esta muleta escarlata, los cuernos del toro sólo alcanzan el vacío. Las disputas sobre las cámaras de gas y la producción de jabón pueden ser muy interesantes, pero son totalmente irrelevantes. Pues, ¿y el matador, por dónde andará?

El Dr Finkelstein ha dado un paso valiente con su best-seller La industria del Holocausto. 
Sin embargo, hay una diferencia importante entre el Dr Finkelstein y los “historiadores revisionistas” reunidos en Beirut. El Dr Finkelstein, hijo de sobrevivientes del Holocausto, se cuidó de no meterse en ninguna disputa sobre cifras y se ha focalizado sobre la construcción ideológica del culto al Holocausto.

da Abogados Sin Fronteras ya intentó formarle juicio, en Francia. Estos abogados no se habían manifestado para nada, cuando la maquinaria legal israelí pronunció una pena probatoria -irrisoria- de seis meses, en contra de un asesino judío de un niño no judío. No movieron un dedo cuando la joven Suad, de quince años, colocada en aislamiento total y víctima de torturas sicológicas, se encontró desprovista de cualquier asistencia jurídica. Brillan por su ausencia en los tribunales militares israelíes donde un simple oficial judío puede pronunciar una sentencia de prisión vitalicia contra un civil no judío, condena fundada sobre presunciones que se mantienen secretas. Aparentemente, estos abogados conocen los límites que no se deben traspasar…

Finkelstein se ha metido en la cabeza la tarea de explorar el secreto de nuestro discreto encanto judío, encanto que abre los corazones americanos y las arcas de los banqueros suizos. Su conclusión es que lo logramos apelando a los sentimientos de culpabilidad de los europeos y de los americanos. El culto del holocausto ha demostrado ser un arma ideológica insustituible. Al desplegarla, una de las potencias militares más temibles en el mundo entero, con un acervo espeluznante en matera de derechos humanos, se las da de estado-víctima, y el grupo étnico mejor acomodado en Estados Unidos ha alcanzado el estatus de víctima.

Finkelstein procede a un análisis brillante del culto del holocausto, y llega a un descubrimiento trastornador: no es más que un edificio tambaleante a partir de algunos clisés armados como quiera, con la quejumbrosa voz de Elie Wiesel, desde su lujosa limousine.

Finkelstein no tiene plena conciencia de la importancia de su descubrimiento, ya que aún se cree que el culto al Holocausto es un gran concepto, digno de colocarse en segundo lugar después del invento de la rueda. Permitió resolver el problema eterno de los ricos y poderosos, el de defenderse de la envidia y del odio de los pobres y explotados. Permitió a Mark Rich y otros estafadores trampear y robar, permitió al ejército israelí asesinar niños y hambrear mujeres impunemente. Su opinión la comparten numerosos israelíes. Ari Shavit, editorialista conocido del diario Ha’aretz, lo expresó magníficamente en 1996, cuando el ejército israelí había matado más de cien civiles refugiados en Cana en Líbano: “Nosotros podemos asesinar con total impunidad porque aquí tenemos el museo del Holocausto. Boaz Evron, Tom Segev y otros ensayistas israelíes han desarrollado la misma idea.

Se puede resumir la tesis del Dr finkelstein como sigue. Los judíos han logrado la cuadradura del círculo, han resuelto el problema que resistía a la aristocracia y a los millonarios corrientes. En sustancia : han logrado desarmar a sus enemigos apelando a su compasión y a su complejo de culpa.

Admiro al Dr Finkelstein por seguir creyendo en la bondad del corazón del hombre, su semejante. Además tiendo a pensar que todavía cree en los cuentos de hadas. En mi opinión, los sentimientos de compasión y culpa pueden como máximo proporcionar un plato de sopa gratis. Pero no un número incalculable de millones de dólares. El Dr Finkelstein no es ciego. Se ha percatado de que los gitanos, víctimas también de los nazis, recibieron lo mismo que nada de parte de la “compasiva” Alemania. La capacidad asombrosa que tienen los americanos para sentirse colectivamente culpables hacia sus víctimas vietnamitas (cinco millones de muertos, un millón de viudas, varios bombardeos equivalentes al de Coventry, con una ración adicional de agente naranja) se tradujo hace poco en boca del secretario a la defensa William Cohen como sigue : “No hay lugar para presentar excusas (ni mucho menos desagravios). Una guerra es una guerra.”

Aún disponiendo de toda la información disponible, el Dr Finkelstein, empecinado en espantar al vampiro, se aferra a su crucifijo…

¿Cuál es la fuente de energía que hace funcionar la industria del Holocausto? No es una pregunta ociosa, ni tampoco teórica. La fabricación de una nueva tragedia palestina está ahora en su punto, con el lento ahogo de las ciudades y aldeas de Palestina. Cada día, un árbol es arrancado de raíz, una casa tumbada, un niño asesinado. En Jerusalén, los judíos celebran Purin haciendo un pogrom de gentiles (nota del traductor : esta fiesta religiosa cayó el 12 de septiembre de 2001), y esto da lugar a una nota mínima en la página seis de los diarios locales. En Hebrón, los fans de Kahane han celebrado Purin delante de la tumba del serial killer Goldstein. Últimamente no estamos para melindres.

En Las Sirenas, el personaje Bloom expresa los sentimientos de su creador James Joyce hacia el concepto sangriento de liberación irlandesa soltando un pedo en dirección al epitafio de un combatiente por la libertad de Irlanda. Mis abuelos, mis tías y mis tíos murieron durante la segunda guerra mundial. Sin embargo juro, por su memoria, que si llegara a pensar que los sentimientos de culpabilidad en torno al holocausto pudiesen ser causante de la muerte de un solo niño palestino, yo convertiría inmediatamente el memorial del holocausto en meadero.

El pathos del culto del Holocausto y la facilidad con la cual logra bombear miles de millones son las pruebas tangibles de la existencia de un poder real detrás de esta industria. Este poder es oscuro, invisible, inefable, pero muy real. No se trata de un poder derivado del Holocausto. Es lo contrario : el culto al Holocausto no es más que una demostración musculosa de fuerza de los que ejercen el poder real. Por eso es que todos los esfuerzos de los revisionistas caen en el vacío. La gente que hace la promoción de ese culto podrían hacer la promoción de cualquier cosa, dado que dominan completamente cualquier discurso público. El culto del holocausto es apenas una manifestación, a pequeña escala, de lo que son capaces. La gente que promueve dicho culto, confrontada a las revelaciones del Dr Finkelstein, apenas esbozaría una sonrisita…

 

Nota : el Dr. Finkelstein distingue entre holocausto, el acontecimiento, y Holocausto, la construcción ideológica. Aquí me tomo la libertad de nombrar dicho concepto como “culto del holocausto” para una claridad mayor. 
Translated by Maria Poumier 

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