Israel Shamir

The Fighting Optimist

Orient Express

Al igual que los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, los desconocidos kamikazes se precipitaron a lomos de máquinas gigantes contra los dos símbolos visibles de la dominación global estadounidense, Wall Street y el Pentágono, que se derrumbaron envueltos en llamas y humo sin que todavía sepamos de quién se trata. Prácticamente pueden ser cualquiera: nacionalistas estadounidenses, comunistas estadounidenses, cristianos fundamentalistas estadounidenses, anarquistas estadounidenses, cualquiera que se oponga a los dioses gemelos del dólar y del M-16, que odie el mercado de valores y las intervenciones en ultramar, que sueñe con una América para los americanos o que no desee apoyar la política de dominación del mundo. Podría tratarse de indios nativos que regresaban a Manhattan o de afroestadounidenses que todavía no han recibido compensación alguna por la antigua esclavitud.

También podrían ser extranjeros de cualquier origen, puesto que Wall Street y el Pentágono han arruinado muchas vidas en todo el globo. Los alemanes pueden recordar el horrible holocausto de Dresde, con sus cientos de miles de pacíficos refugiados incinerados por la US Air Force. Los japoneses no olvidarán el holocausto nuclear de Hiroshima. Los rusos y los europeos del Este sienten vergüenza por la venganza de Belgrado. Los latinoamericanos piensan en las invasiones de Panamá y de Granada, en la Nicaragua destruida y en la Colombia defoliada. Los asiáticos cuentan por millones sus muertos de la guerra de Vietnam, de los bombardeos de Camboya, de las operaciones de la CIA en Laos. Incluso un locutor ruso de televisión, favorable a Estados Unidos, no pudo contenerse y afirmó que “ahora los estadounidenses empiezan a comprender lo que sintieron las gentes de Bagdad y de Belgrado”.

Los Jinetes podrían ser cualquiera que ha perdido su casa a manos de un banco, que fue despedido de su trabajo y lanzado al paro en permanencia o que fue declarado “persona inferior” por la nueva “raza superior”. Podrían ser rusos, malasios, indonesios, paquistaníes, congoleños, ya que sus economías fueron destruidas por Wall Street y el Pentágono. Podrían ser cualquiera, y son todos ellos. Su identidad no tiene importancia, pues los judíos ya lo han decidido: han de ser los árabes.

Podría uno pensar que, después de Oklahoma, habría que darse menos prisa en sacar conclusiones. Pero mis conciudadanos, los políticos israelíes, son gente apresurada. Las llamas de Manhattan todavía no se habían extinguido cuando empezaron a sacar provecho político. Ehud Barak apareció en directo en la BBC y dijo: “Arafat, en tres minutos”. En la CNN, su gemelo Bibi Natanyahu acusó a árabes, musulmanes y palestinos. Shimon Peres, ese viejo brujo acartonado, habló contra el suicidio como lo haría un consejero psiquiatra, recordando a su público los ataques palestinos. Parecía preocupado: es duro esclavizar gente que no tiene miedo a morir. Este viejo homicida de Kana incluso mencionó los Evangelios. La densidad de los israelíes en las ondas llegó casi al punto de saturación. Insinuaban e incitaban, mostrando con insistencia su lista de la compra a unos Estados Unidos de rostro blanco como la cera: ¡Por favor, destruid Irán, e Irak, y Libia, por favor!

Las primeras veinticuatro horas de máxima exposición fueron utilizadas hasta el límite por la maquinaria de propaganda judía. Aún no se sabía nada, pero los comentarios racistas antiárabes eran la norma. Mientras que los judíos nos oponemos, con toda la razón, a cualquier referencia negativa contra uno de los nuestros, no nos preocupa lanzar estupideces racistas contra otros. James Jordan, un buen activista estadounidense judío, le advirtió a al-Awda: “El hecho de hacer afirmaciones e insinuaciones indiscriminadas sobre los Œjudíos¹ margina y desacredita por completo vuestra organización”. ¿Y cómo es que el reguero sin fin de Œafirmaciones e insinuaciones indiscriminadas sobre los árabes¹ no Œmarginó y desacreditó¹ a las organizaciones judías y a los medios de comunicación que los han utilizado? Parece ser que los judíos tienen derecho a decidir quién será marginado en Estados Unidos y quién no.

La conexión era un asunto mental. Los supremacistas judíos estadounidenses quieren convertir a todo el mundo en Palestina, donde los nativos serán gobernados por un implacable poder local y tendrán derechos locales limitados, mientras que la raza de los amos disfrutará de un nivel de vida muy diferente. Israel es sólo un modelo a escala reducida del nuevo mundo feliz de la globalización.

Como no había pruebas evidentes contra los palestinos, los israelíes aprovecharon las escenas de alegría filmadas en Jerusalén Este. Es un argumento bastante débil y diré por qué. En la novela de Agatha Christie Asesinato en el Orient Express su detective favorito, Hércules Poirot, se enfrenta a una complicación poco habitual: todos los pasajeros a bordo del tren tienen una buena razón para quitarse de en medio a la desagradable anciana. Mis queridos amigos estadounidenses, vuestros líderes han situado a vuestro gran país en la misma posición de la desagradable anciana del Orient Express.

Los israelíes han utilizado el acontecimiento al máximo. Incluso han matado a unos diez palestinos y destruidos cinco casas “gentiles” en Jerusalén. Los informes fueron bastante joviales, del estilo de “os lo habíamos advertido”, y los expertos de la televisión israelí concluyeron hacia la una de la tarde que el ataque “era bueno para los judíos”. ¿Por qué? Porque reforzaría el apoyo de Estados Unidos a Israel.

El ataque kamikaze puede lograr exactamente eso. Estados Unidos podría entrar en un nuevo ciclo de violencia en sus perturbadas relaciones con el mundo. La venganza seguirá a la venganza, hasta que uno de ambos contendientes desaparezca víctima de una explosión nuclear. Al parecer, el presidente Bush prefiere dicho camino. Ha declarado la guerra a sus adversarios y a los de Israel. Bush ni siquiera comprende que la guerra fue declarada hace muchos años por Estados Unidos, pero que sólo ahora acaba de llegar a su país. Hay tanta gente hastiada de la mano dura de Estados Unidos que ya se inició la cuenta atrás del próximo ataque.

Otra alternativa podría ser que Estados Unidos considerase este doloroso golpe a Wall Street y al Pentágono como la última oportunidad para arrepentirse. Podría sustituir a sus consejeros y construir sus relaciones con el mundo de una nueva manera, en pie de igualdad. Probablemente tendría que desprenderse de las elites supremacistas judías de Wall Street y de los medios de comunicación, obsesionadas por el poder, y separarse del Estado judío del apartheid. Podría convertirse de nuevo en los Estados Unidos de América que todos amaban, en la pueblerina América de Walt Whitman y de Thomas Edison, de Henry Ford y de Abe Lincoln.

(Traducción de Manuel Talens)

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