La fiesta de Resurrección no cae en fecha fija. Es la más importante en la liturgia ortodoxa, y se desplaza de marzo a mayo, según los años, con lo cual va creando un entretejido de fechas importantes en un mismo discurso metafísico. En el memorable año 2000, la Pascua ortodoxa coincidió con la fecha de celebración en Occidente, como proclamando que hay una roca madre que sostiene la unidad de la Cristiandad. El año pasado, el viernes santo cayó un 9 de abril, día de la masacre de Deir Yassine, día maldito en que hijos de apóstoles fueron masacrados por terroristas judíos, allí mismo donde vivió Cristo. Este año, el domingo de Resurrección es a la vez el primero de Mayo: y es la señal de que se está remendando el inútil desgarre entre Rojos y Cristo. Por cierto, los rusos, entre los cuales estoy celebrando hoy esta fiesta, han bautizado esta nueva Resurrección como la Pascua Roja.
En este país único, digo, esta civilización, son miles, hombres y mujeres, los que se mantienen en vela durante toda la noche para asistir al largo oficio de Resurrección, después de lo cual siguen juntos para las manifestaciones masivas bajo la bandera roja. Para mí, como para muchos rusos, el día del trabajo llegó como una apoteosis inesperada de las fiestas de Resurrección.
Acabo de pasarme en Rusia las últimas semanas de Cuaresma y Pascuas. La primavera fue excepcionalmente larga y fría; hasta hace muy poco, la nieve inmaculada siguió cubriendo las ramas siempre verdes de los abetos y los blancos tallos de los abedules. El hielo, muy espeso, siguió hasta abril provocando a los pescadores de río, que perforan su dura capa protectora para atrapar el pez. Era esplendoroso, Rusia era hermosa como una novia, toda de blanco entre nieves y escarcha. También las muchachas rusas de mejillas sonrosadas y ojos zarcos, arrebujadas en sus modestos abrigos de piel, son irresistibles en esos días en que todo es témpano de hielo. Ni qué decir de las iglesias, con su bulbos y cúpulas de vivos colores, repletas de íconos y frescos delicados.
En la era soviética, servían de tiendas, almacenes de carbón, o en el mejor de los casos, museos del ateísmo. Las iglesias activas eran una rareza. Las demás estaban en estado tal de abandono que no despertaban el menor interés, no eran más que viejas estructuras listas para ser tumbadas en cuanto surgiese un nuevo proyecto por concretar. Y se derribaron muchísimas. A partir de 1991, la Iglesia emprendió un amplio proyecto de recuperación de las iglesias sobrevivientes y reparaciones. El resultado es pasmoso : las Cenicientas de ayer son las Princesas de hoy. Yo mismo no las podía reconocer, con sus viejos domos al dorado, deslumbrantes, sus campanadas a toda hora, y sus interiores totalmente renovados. Cuando se podía, se restauraron los frescos con primor, y los más arruinados se volvieron a pintar en el estilo bizantino tradicional. Los monasterios convertidos en cuarteles para soldados o reformatorios para jóvenes delincuentes han vuelto a su función original, y muchos rusos jóvenes y espirituales toman el hábito. Incluso la catedral del Santo Salvador en Moscú, sistemáticamente destruida, donde se había instalado una piscina en los días soviéticos, está reconstruida. De modo que los rusos han logrado lo que los judíos no consiguen : han vuelto a edificar su Templo.
Los últimos días de Semana Santa remataron este proceso. Las iglesias estuvieron abarrotadas día y noche; los creyentes formaron largas colas para confesarse: las iglesias rusas no tienen casetas para esto, y la confesión se hace frente a frente, como una entrevista en la nave. Sólo después de un ayuno de tres días y la confesión, es que se puede recibir la comunión, y ésta se toma con pan y vino entero, como en la iglesia de los apóstoles. Además de la comunión, la iglesia ortodoxa también practica la unción prepascual, que en Occidente se les depara solamente a los agonizantes. El sábado santo, las señoras rusas prepararon sus pasteles pascuales y los llevaron a la iglesia para que el cura los bendijera, de modo que por la tarde, la iglesia entera olía a especias, uvas pasas y dátiles frescos. Tienen la costumbre de romper el ayuno con estos dulces y con queso casero.
La ceremonia nocturna siguiente fue muy larga, pero la gente no se iba, pues sentía que se trataba de la culminación tan esperada de su largo y arduo ayuno. Por cierto, el ayuno ortodoxo es muy estricto : ni siquiera se permite el aceite de oliva (ni soñar con productos lácteos o pescado), salvo los domingos; nada tampoco de alegrías maritales, bajo ningún pretexto. Fui a la iglesia de un monasterio cercano, una vasta estructura edificada a principios del siglo XX en estilo Art Nouveau con frescos prerrafaelitas, y me quedé allí toda la madrugada, hasta la aurora, entre muchísimos rusos de traje elegante y con velas encendidas, que contestaban a coro al sacerdote clamando “¡Cristo es resucitado!” con un atronador “¡Resucitado es Cristo!”
Y apenas unas horas más tarde, me encontraba frente al gran teatro Bolchoi –donde presencié hace poco la première de una nueva versión de la ópera Los hijos de Blumenthal, encargada especialmente para este teatro, una interpretación fascinante y provocativa de un texto de Sorokin, por el compositor de San Petersburgo Desyatnikov– en la manifestación por el Día del Trabajo, escuchando a un dirigente comunista que repetía exactamente el mismo llamado: y subió, por debajo de las rojas banderas, el mismo grito : “¡Resucitado es Cristo!”
No es ninguna paradoja; pues aun los credos más universales se apegan a cierto color local: el comunismo ruso y la Iglesia ortodoxa rusa comparten el mismo trasfondo cultural. A cada paso de su historia, desde los tiempos del viejo imperio ortodoxo, el Pravoslav Tsardom, hasta la era de su roja República, los rusos han luchado por la unidad y la fraternidad de la humanidad, movidos por la compasión y la abertura hacia los perdedores. Y en toda circunstancia, han rechazado a Mamón. Los rusos desprecian el dinero y los bienes materiales. Entre ellos, se agradece la pobreza como seña del hombre honrado, y no es una señal de infamia social como en Occidente. Lejos de admirarlo, miran al monedero con recelo. El viejo dicho que opone el Oriente espiritual al Occidente materialista sigue válido, y aquel que no ama el Oriente no ama el Espíritu.
Hoy día, los rojos rusos están reconciliados con la Iglesia.; entre ellos, los comunistas acuden a las ceremonias y se han unido a la tradición ortodoxa (pravoslav). El dirigente del CPRF Gennady Zuganov, celebró el desfile del Primero de Mayo, y la resurrección de Cristo por igual. Rogoyin, dirigente de una facción disidente del partido Rodina, que se ha convertido en un gran partido por derecho propio, fue incluso más elocuente cuando se refirió a la Pascua. Como los distintos partidos y agrupaciones, tanto rojas como nacionalistas, representan a todas luces la mayoría de los rusos, esto es un cambio importante y positivo, después de los tiempos en que se dinamitaba las iglesias y se desalentaba a los creyentes.
Es un cambio feliz, pues la pérdida de poder de los rojos sólo se entiende en el contexto de la búsqueda espiritual rusa. Los comunistas rusos modernizaron el país, creando una sociedad fundada en la solidaridad. No podían ofrecerles mansiones y Cadillac a todo el mundo: pero le fueron dando a todos lo que podían darles. Todo el mundo recibió más o menos lo mismo : un empleo seguro y garantizado, una vivienda gratuita, electricidad, teléfono, calefacción y transportes, gratuitos también.
Pero se les olvidó satisfacer las necesidades espirituales de los rusos. Se olvidaron de los “fines postreros” de la teología. La gente no puede vivir sin una meta. Y la falta de meta se hizo evidente, una vez satisfechas las necesidades materiales apremiantes. Si los rusos aceptaron el comunismo, no fue para vivir mejor, sino que tenían una meta superior: la perfección espiritual. Los problemas empezaron por la cúspide : las elites soviéticas desespiritualizadas de los últimos decenios se fueron deslizando hacia la derecha, empezaron a amar a Margaret Thatcher y a Ronald Reagan, adoptando la concepción neoliberal del mundo. Y esto sucedió mucho antes del derrumbe de la Unión Soviética.
De hecho, en Ocidente, los neoliberales han resuelto el problema de los “fines postreros” creando una inseguridad social masiva: la gente no se inclina por la espiritualidad mientras viven bajo la amenaza permanente de que su banquero los eche a la calle. Gorbachev copió la solución occidental cuando decidió hundir la nave soviética. Y fue apoyado por los liberales prooccidentales, herederos de los reformadores de febrero de 1917.
Occidente está lleno de variedad, desbordante de ideas y modelos. Pero no así los occidentalizadores rusos: adoptaron la escuela económica de Chicago, la de Milton Friedman, fervorosamente; despreciaron al pueblo ruso, su historia y sus tradiciones. Privatizaron la economía rusa, se la regalaron a las multinacionales e intentaron integrar a Rusia en la economía mundial en tanto país abastecedor de materias primas. Pero su victoria no fue tan terminante y definitiva como se lo esperaban. Abundan las señales de que los rusos están apoderándose nuevamente de su historia, después de la franca ruptura que tuvo lugar en 1991. No se trata solamente de las iglesias restauradas con cariño y llenas de creyentes; no se trata solamente de la restauración de los nombres históricos, como el caso de la Avenida Kalinin que vuelve a ser Calle de la Invención de la Cruz. Esto ya lo habían hecho los vencedores de 1991. El pasado soviético también se encuentra rehabilitado. Las grandes celebraciones del día de la Victoria, programadas para el 9 de mayo próximo, son una prueba de este cambio. Los reformadores liberales de 1991 afirmaban que no había ninguna diferencia entre comunistas y nazis, entre Hitler y Stalin. Se burlaban de los veteranos, diciendo : “ ¡Lástima que no fuisteis vencidos: ahora estaríamos viviendo tan bien como los alemanes!” Si prohibían las celebraciones del día de la Victoria, no es porque admiraban a Hitler, sino por motivo del pasado antimamonita de los soviéticos.
Este año en Rusia cada calle se encuentra adornada con un cartel o más de felicitación, de bendición a los veteranos por su gran victoria. Y con esto, nuevamente, no se trata en absoluto de una manifestación de odio hacia Alemania o los nazis, sino de reconciliación con el pasado soviético. Se habla de Stalin en términos más positivos, no porque los rusos extrañen el gulag o la industrialización, sino que Stalin y su poder forman parte intrínseca de la historia rusa.
La lucha por el porvenir ruso dista mucho de haber terminado: apenas está empezando. Algunos pueden pensar que este gran país ya no tiene la menor importancia, que se ha convertido en viejo oleoducto mohoso, consumidor de baratijas chinas e ideas yankis. Pero Rusia está viva: los rusos escriben grandes obras, que siguen desconocidas en Occidente. Tres libros del último decenio, El Último Soldado del Imperio, por Alexander Prochanov, El Tocino Azul, por Vladimir Sorokin, y El Libro Sagrado del Lobizonte, por Víctor Pelevin, son tan encantadores, desafiantes y alentadores como Cien Años de Soledad de García Márquez. No hay en Occidente escritores contemporáneos ni libros de parecida estatura. En un mundo sensato, a estos tesoros del espíritu se les valoraría como cumbres entre las realizaciones de la humanidad. Así mismo deberá ser, pues en el fondo, ¿a quién le importa el petróleo? ¡Literataura rusa es lo que deberíamos de importar!
Los rusos leen muchísimo. Otro cambio positivo desde la era soviética es la libertad de creación y publicación. En aquellos tiempos, el control sofocante del partido bloqueaba las ideas y los libros novedosos, hasta detener la creatividad en Rusia. Hasta los libros revolucionarios y marxistas estaban prohibidos, salvo si estaban escritos en un solo idioma aburridísimo, en sovietín. Ahora, en una diminuta librería del Moscú underground, por unos pocos rublos, te puedes comprar nuevas ediciones de Guénon y Joyce, Murakami y Pavic, San Agustín y Chesterton, y –qué duda cabe– los escritores y filósofos rusos, antiguos y novísimos, con su manera de fundir metafísica, teología y política: desde los prerrevolucionarios Bulgakov, Florensky y Rozanov, hasta los contemporáneos Alexander Duguin, Serguei Averintsev y Alexander Panarin. Yo me sentía como Gúliver en Brodingnegg, la tierra de los gigantes: entre centenares de rusos con los cuales uno puede discutir de los temas más complicados, que lo ayudan a uno a rebasar su propia oscuridad.
Los rusos conocen sus problemas, y están buscando nuevas soluciones a los problemas que se les plantean. Sus problemas también son los nuestros: el derrumbe soviético coincidió, o mejor dicho, nos hizo chocar con la Edad del Hielo globalizado de la congelación social. En el Occidente antaño protegido, cada día hay más gente marginalizada; el excedente del Tercer Mundo ha venido a caer sobre Londres y Nueva York; la compasión por el prójimo, el vecino, está fuera de la ley; y de la búsqueda espiritual, ni hablar…
El pensador ruso Alexander Panarin, recientemente caído en desgracia, evocó en sus obras cierto viento frío y tónico, que está despertando al alma rusa de su largo letargo. Piensa que el paradigma cristiano ortodoxo permite hacer frente a la Edad de Hielo neoliberal anunciada, movilizando el Eros cristiano como una fuerza capaz de revitalizar el Universo. “Rusia todavía puede izar la bandera para movilizar a los vencidos, a los descastados, a los caídos, a los apestados, contra los nuevos Dueños del mundo”, escribió Panarin.
En su opinión, el cristianismo ruso es algo diferente, y puede ofrecer una guía a nuestra perplejidad porque está centrado sobre la Virgen. Su imagen ocupa el lugar habitualmente reservado a la Cruz en las iglesias occidentales. A menudo está representada como la Reina, sentada en el trono, cargando en su regazo al Niño coronado. Para los rusos, la madre de Dios representa a la naturaleza. Ésta está conectada con el espíritu y lo lleva en su seno. El Cristo de los rusos, que es espíritu, no se puede desvincular del amor que sienten por la virgen que encarna la tierra y es su intercesora misericordiosa. Dios padre, el dios del antiguo Testamento, el Dios de justicia, tiene muy poca presencia en el universo ruso.
Si Dan Brown hubiese visitado Rusia, nunca habría escrito su Da Vinci Code, pues la divinidad femenina no padece ningún ocultamiento o desplazamiento, en este país. En su tan americano best seller, presenta a la Iglesia católica dedicada a erradicar el culto a María Magdalena, porque la feminidad la asusta, mientras que los judíos (¡cómo no, entre miles de pueblos más!) protegen y guardan los despojos de María. En la vida real, los judíos no tienen santos femeninos y odian a Nuestra Señora más aún que a su Hijo, mientras que la Iglesia venera la Virgen y adora a las Santas. Pero Dan Brown tenía que articular su añoranza, perfectamente normal, auténtica y justificada, de la Mediadora con los pies sobre la tierra, con la representación judeoamericana a la vez que neocalvinaista, en la cual los judíos siempre tienen la razón, y la Iglesia siempre está equivocada. Por esto es que lo puso todo patas arriba; después de lo cual elNew York Times infló el asunto y se empezó a vender su libraco como pan caliente.
En Rusia la gente no cae en la trampa de Dan Brown, pues aquí reina la Virgen, soberana, y las ideas de compasión y vínculo con la naturaleza y el espíritu están esperando a que se les dé rienda suelta.
II
¿Se dará el caso? Rusia está en la encrucijada. Por una parte, la libertad recientemente redescubierta, en materia de creatividad, publicaciones y religión, es un logro muy importante, posiblemente habría podido surgir sin que los rusos tuvieran que pagar el gran costo social al que fueron obligados. Sus recursos nacionales, desde el petróleo y el gas, hasta la tierra y las fábricas, fueron privatizados y confiscados por un pequeño grupo de oligarcas muy bien relacionados. Ahora son compañías occidentales las que prueban y compran estos recursos. La industria rusa está en malas condiciones, y la desindustrialización avanza sin trabas. De país adelantado, con ciencia e industria moderna, Rusia pasó a convertirse en proveedor de materias primas. El dinero del petróleo hace que esta decadencia sea bastante soportable par muchos rusos, pero en caso de reverso económico, la catástrofe es inevitable. Los rusos se sienten amenazados por la voluntad agresiva de los Estados Unidos de implementar bases militares y aumentar su influencia política en las repúblicas antiguamente soviéticas. La revolución “naranja” en Ucrania y la posibilidad de que fuerzas de la OTAN penetren en el ámbito eslavo hacen más apremiante la amenaza. Los James Bond rusos, ex colegas de Putin en la rama de San Petersburgo de la Seguridad de Estado, están ampliamente representados en el aparato estatal; este tipo de gente suele ser considerada, como en el caso de George Bush el Viejo, como tipos movidos por el sentimiento patriótico, pero ahora a los rusos les tiene preocupados, no sólo su falta de liberalismo auténtico y su corrupción, sino también su incapacidad para enfrentarse al desafío estadounidense, su total sumisión para aceptar las exigencias yankis incluyendo la muy discutida cuestión de la presencia estadounidense en cuanto a facilidades nucleares rusas. Los medios se encuentran concentrados entre pocas manos; como contrapeso a la influencia occidental, existe un sector de medios estatales prominentes, pero también es bastante pro-occidental y ofrece entretenimientos de baja calidad.
En la manifestación del 1 de mayo, los rojos pidieron solamente una hora por día para expresarse en la televisión estatal, con sus propios programas; pero parece que no se atenderá siquiera esta modestísima solicitud. Mientras tanto, la televisión transmite Swan Lake, y conciertos de grupos de rock, mientras que se mantiene el debate político soterrado. Los rojos y los nacionalistas descontentos con el régimen, pues no hace lo suficiente para contrarrestar la corrupción, la privatización, la desindustrialización y el empobrecimiento de la gente. Aunque el régimen retomó algunas de sus consignas, no pasa de ahí, todo queda a nivel de palabras que no desembocan en acciones concretas.
Pero rojos y nacionalistas no están enfrentándose. Fueron derrotados en 1993, cuando Yeltsin aniquiló el Parlamento y asumió poderes dictatoriales. En 1996, el dirigente rojo Zuganov ganó la elección presidencial, pero los resultados fueron falsificados, y Zuganov no se atrevió a hacer “de Yuchenko” y tomar por la fuerza lo que le correspondía por derecho. Desde entonces, los rojos sufren de cierto debilitamiento. Esto podría cambiar mediante la alianza con otros dos grupos de outsiders.
Una fuerza nueva, los bolcheviques nacionales, capitaneados por Eduardo Limonov, poeta carismático, está despuntando con fuerza. Son muy jóvenes, muchachos que apenas llegan a los veinte, y se han dado a conocer por unas pocas acciones espectaculares: asaltos a oficinas ministeriales e incluso al salón de recepciones del presidente. Llevan a cabo acciones “terroristas” de corte inaudito, pues en vez de bombas, tiran huevos, tomates podridos y pasteles de crema, al estilo cómico, y le dan en la cara tanto a políticos como a todo tipo de oficiales del establishment. Las autoridades debidamente aterradas pronunciaron una condena a cinco años de prisión por una tarta disparada con acierto. Unos cuarenta jóvenes, hombres y mujeres del NBP se encuentran ahora en la cárcel, pero su prisa para entrar en acción, cuando otros se conforman con hablar, les convierte en la punta de la oposición. Tanto los comunistas como los liberales les rondan y cortejan. En la manifestación del Día del Trabajo, Limonov estaba de pie junto a Zuganov y Rogozin, los dirigentes de partidos parlamentarios mucho más importantes.
La segunda fuerza es bastante diferente. Es una mezcla de liberales y neoliberales.Es un puñado de gente, que, entre los dos partidos, no han podido siquiera entrar al Parlamento. También desfilaron en el Día del Trabajo, algo apartados del evento principal: se juntaron unas dos o tres docenas de gente; pero tienen dinero y posiciones fuertes en los medios, en los negocios y en las estructuras del poder. También están inconformes con Putin, pues quieren acelerar la privatización, abrir el país a los inversores extranjeros, privatizar el sistema de protección social, traer inmigrantes al país, acabar con cualquier limitación a la movilidad dentro de Rusia, retirarse de Chechenia, y conseguir la liberación del dirigente de Yukos, Jodorjovsky.
Aunque sus reivindicaciones son el exacto opuesto de lo que reclaman rojos y nacionalistas, hay una tentativa de coalición entre estos grupos en contra del Presidente. Los rojos y los nacionalistas sienten que pueden aprovechar el acceso a los medios y al dinero para promover sus propios objetivos; a su vez, los liberales necesitan a las masas movilizadas por los rojos y los luchadores activos del NBP. A cambio de cierto acuerdo, el NBP renunció a sus consignas más radicales y clama ahora por más libertad y democracia, amnistía y suavización general de la presión policíaca. Cada bando en la nueva configuración confía en su habilidad para salir ganando al final. Los liberales están seguros de que van a tomar el poder; pero lo mismo creen los rojos y los nacionalistas. Los liberales tienen el precedente de Ucrania. Allí, comunistas y nacionalistas apoyaron a Yuchenko y se encontraron con un régimen proamericano y neo liberal. En caso de revolución, los liberales se apoyarán en sus amistades en Occidente, el poder de los medios occidentales, y la sofisticación política al uso.
Por todo esto, algunas fuerzas de oposición en Rusia prefieren respaldar al presidente, como un mal menor. Estos seguidores del presidente incluyen a Left.ru, nuestros amigos de Moscú, un excelente grupo de izquierda, y la “Eurasia” de Alexander Duguin, pensador importante y ruso ortodoxo muy admirado. Sospechan que la revolución la aprovecharán los enemigos de Rusia. Dicen que ya han hecho el intento de respaldar el proyecto liberal en 1991, y que el experimento les ha vacunado definitivamente contra semejantes alianzas.
Sus contrincantes dicen que el presidente ya está bajo el control de Estados Unidos, como quiera que sea; renunció a las posiciones rusas en Cuba y en Ucrania, en Georgia y en Vietnam, y está llevando a cabo la privatización. Aunque Putin se expresa como un nacionalista rojo, su manera de actuar va por el camino liberal. También sienten que una revolución“naranja” es inevitable, porque los yankis la están fomentando, y la gente común está muy insatisfecha con el régimen. Con el apoyo de los liberales, pueden crear inestabilidad y esperanza para algo mejor. “Entrémonos de lleno”, como decía Lenin, y “arreglaremos lo de la estrategia más adelante”;
La consigna de éstos es : “Después de febrero, vendrá octubre”, aludiendo a los acontencimientos del portentoso año 1917. No fueron los bolcheviques los que derrocaron al zar como se pretende a veces; esto lo hicieron los pro-occidentales liberales que tomaron el poder en febrero de 1917, con el objetivo de introducir a todo tren al capitalismo en Rusia; pero el alma rusa estaba arraigada en su fe, sentía un rechazo muy fuerte hacia Mamón. Por eso unos meses más tarde, en octubre de 1917, los bolcheviques le dieron una patada a los liberales mamonitas y se los sacaron de encima. Mientras ahora vemos a los liberales tratar de repetir el éxito que han tenido en Ucrania, sus aliados tácticos esperan repetir la hazaña de 1917. Nadie habría podido imaginar la victoria de los bolcheviques, apenas algunas semanas antes de que se diera. Por cierto, los revolucionarios liberales, los vencedores de la revolución de febrero, gozaban de la mejor posición para llevar las riendas. Es cierto que a los bolcheviques les sostuvieron el estado mayor general alemán, los banqueros judíos neoyorkinos, e incluso los servicios de información británicos. Pero a fin de cuentas, despidieron a sus ayudantes de la víspera sin darles las gracias siquiera.
Se trata de un juego peligroso, pero las revoluciones suelen serlo. ¿conviene que nos conformemos con el mal menor, o deberíamos apostar y alcanzar la victoria completa? No tengo respuesta tajante que ofrecer. Si el retorno del comunismo ruso es algo tan inverosímil como la restauración del imperio Pravoslav, las fuerzas creadoras de los rusos todavía pueden hacer avanzar a la humanidad, sacándola del actual callejón sin salida. La chispa divina que brilla en el espíritu del hombre no es fácil de apagar; el Espíritu triunfará, es algo tan cierto como la Resurrección de Cristo.