Israel Shamir

The Fighting Optimist

Una medina judeoalemana

No puede tardar ya la gran masacre de los inocentes. Dentro de poco, cientos de miles o millones de hermanos nuestros descendientes de Adán y Eva serán ametrallados, regados con napalm y perecerán víctimas del armamento nuclear. Mujeres y hombres, niños aún en el vientre de sus madres y ancianos serán llevados al altar de la Venganza y ritualmente sacrificados por el presidente George W. Bush, gran sacerdote del dios que reclama este sacrificio. El momento es oportuno, y difícilmente nos podemos conformar con ver ahí una casualidad. A los diez días que siguen Rosh Hashanah, el año nuevo judío, se los llama “días de la angustia”y el décimo de ellos, calificado como Yom Ha Din, es día del Juicio final.

Para hablar de su empresa, el presidente Bush evoca las Cruzadas. En su idea, esa mención nos remite a los austeros caballeros de Aquitania y a los píos guerreros francos que, aferrados a la cruz y murmurando el nombre de Nuestra Señora, se juramentaban para un largo y peligroso peregrinaje. Pero eso era sin contar con la realidad. La Cruzada es un Yijad de Occidente que provocó muchos derramamientos de sangre. Salvajes e indisciplinados, los cruzados saquearon la ciudad cristiana más hermosa de la tierra, Constantinopla, y anegaron en sangre la tierra sagrada de Jerusalén. Radulfo de Caen, cronista de las cruzadas, refiere las gestas de sus compañeros de armas en la ciudad siria de Amarra en los siguientes términos: “Han ensartado a niños de teta, los han asado y los han devorado”. Eran seres bestiales, pero no quisiera manchar la memoria de aquellos asesinos caníbales asociándolos a la cruzada de G.W. Bush. Nunca buscaron la venganza, sentimiento contrario a la fe cristiana, incluso se negaban a invocarla.

La esencia misma de los Evangelios de Cristo está vinculada con el rechazo de la venganza. Ésta es la diferencia mayor entre la iglesia y la sinagoga, las dos hermanas nacidas hace unos dos milenios. Esta divergencia está integrada y constituye el rasgo más eminente que marca la diferencia entre las dos confesiones: mientras se llama a los cristianos a orar por sus enemigos, los judíos sólo sueñan con venganza.

No es casual que se difundiera la confusión ideológica en el siglo pasado. Se les enseña a los cristianos que los judíos esperan al Mesías, es decir, a Cristo. El mundo cristiano enseña que el Mesías ha venido y que volverá, mientras que el judaísmo considera que el Mesías no ha llegado todavía. Esto es lo que supuestamente distingue las enseñanzas judía y cristiana, según el judeocristianismo. Pero la realidad es muy diferente: Cristo vino para salvar, mientras que el Mesías vendrá para vengarse. Así lo ejemplifican las palabras del brillante profesor universitario hebreo Israel Jacob Yuval, que figuran en su último libro Two Nations in Your Womb (Dos naciones en tu vientre[ ]). Lo de la “Salvación vengativa”, tal como lo denomina Yuval, ha sido retomado por los judíos europeos a partir de los antiguos textos fariseos y se ha convertido en la doctrina primera de la Sinagoga. El libro del doctor Israel Yuval, desbordante de enseñanzas sobre la teología de la venganza en el judaísmo, fue acogido con gran entusiasmo tras su publicación por sus colegas israelíes, pero los sabios judíos norteamericanos, horrorizados, lo han rechazado. El doctor Ezra Fleisher redactó una crítica vehemente que concluye con estas palabras: “Mejor sería que semejante libro no se hubiera publicado, pero ya que está debería ser condenado al olvido”.

El profesor Yuval cita gran número de textos de la antigüedad judía en apoyo de sus argumentos. “ Cuando se termine el mundo (en el advenimiento del Mesías), Dios destruirá, matará y exterminará a todas las naciones salvo a los hijos de Israel”, se puede leer en el Sefer Nitzahon Yashan, escrito por un judío alemán del siglo XIII. Un poeta litúrgico, de nombre Klonimus b. Judah, tuvo una visión “de las manos de Dios llenas de cadáveres de goys”. Sueños de sangre vertida y destrucciones aún más espantosas preceden los primeros ataques en contra de los judíos a finales del siglo XI. Cien años antes de que los cruzados asaltasen a los judíos, el rabino Simón B. Yitzak invocaba a Dios para que “desenvaine la espada y extermine a los gentiles”. Para apresurar la destrucción de los gentiles, los sabios de Europa pronunciaron maldiciones en contra de los cristianos y de Cristo, y las integraron en la liturgia de Pascuas, del día del Juicio final e incluso en la oración de cada día.

Por esto la decisión del presidente Bush de lanzar una campaña de venganza no es nada cristiana. Algunos podrían aducir que el presidente y su administración están manipulados por judíos que sólo sueñan con la venganza. No hay casualidad en el hecho de que, inmediatamente después de que Wall Street fuera atacado por los kamikazes, Bibi Netanyahu declarara: “Esto es muy bueno para nosotros” [ ] No es inocente si Ariel Sharon intentó comparar a los palestinos con Usama Bin Laden. No por nada los israelíes exigieron la destrucción de Bagdad y Teherán, Corea y Sudán, y de cuantos se resistieran a los designios de Tel Aviv o Washington.

Un místico no calificaría esto como “manipulación”, sino que tomaría muy en serio la llegada del Mesías de la Venganza, bajo la improbable figura de George W. Bush. En realidad, en la teología cristiana, el Mesías de la Venganza lleva otro nombre: se llama el “Anticristo”.

Los teólogos cristianos se han dedicado a ahondar en las cualidades de esta figura apocalíptica. En una profecía, San Juan Damasceno dice que algunas cosas encontrarán su realización en el Anticristo que vendrá a encontrarse con los judíos y a manifestarse a su favor, contra Cristo y los cristianos (Juan Damasceno era amigo del islam y explicó el dogma musulmán del eterno Corán como una forma de enseñanza cristiana del verbo). Los padres de la Iglesia han considerado el advenimiento del Anticristo como el levantamiento y el triunfo provisionales del judaísmo. En el siglo X, san Andrés de Bizancio incluso había profetizado que el reino de Israel sería restaurado y sería el punto de partida del Anticristo.

En Estados Unidos, millones de cristianos fervorosos sienten el nexo que aproxima a Israel con el Apocalipsis. Se les enseñó que la llegada del Anticristo constituye una etapa en la vía del segundo Advenimiento. Pero llevados al error por sus pastores, sacaron de esto una conclusión cuando menos paradójica y decidieron colocarse de parte del Anticristo. Olvidaron las palabras que dicen que “el Hijo del Hombre llegará a la hora estipulada, pero desdichado de aquel que tome partido por el Anticristo”.
En el calendario judío, dos días se prestan para la venganza: el primero es Purim, día en que, según el libro de Ester, los judíos masacraron a setenta y cinco mil gentiles en Persia. Ese mismo día de Purim es cuando Baruch Goldstein, un emigrante de Brooklyn instalado en Hebrón, masacró a los piadosos musulmanes en el sepulcro de Abraham. También fue un día de Purim cuando los ministros de la Alemania nazi fueron ejecutados en Nuremberg. Fue también con ocasión de la fiesta de Purim cuando doscientos mil iraquíes fueron inmolados por el ejército del aire en 1991. Purim se presta para esas cosas, pero el día del Juicio final es aún más favorable para una venganza a gran escala, para una masacre de dimensiones mesiánicas. Poco tiempo después, se celebra Succoth (la fiesta de las chozas), en un momento adecuado para la revelación del Mesías.

En los minutos que preceden nuestra declaración, según la cual Bush es el Anticristo o el Mesías, sucede un acontecimiento que nos incita a llevar la encuesta más adelante. Hoy sabemos que hubo un delito de información privilegiada en lo relativo a la cesión de acciones de las compañías de seguros y de las compañías aéreas, por lo cual se sobrentiende que algunos sabían que el ataque por venir era inminente. Sabemos perfectamente que el sistema bancario de inversiones, perteneciente a los judíos, había sido advertido con antelación. No puedo imaginar a un terrorista musulmán tratando de acomodarse a las grandes fiestas judías. Más aún me costaría imaginar que el Anticristo del Apocalpsis y sus consejeros judíos de la Cábala hagan planes especulativos en la bolsa. Es más fácil buscar a unos “malos” que no necesariamente son diabólicos. La prudencia requiere que tengamos en cuenta algunos datos terrenales antes de ir a buscar causas en el más allá. Éste era el método preferido por el Padre Brown, personaje de G. K. Chesterton: antes de pedir el reconocimiento de un milagro, hay que comprobar cuidadosamente el aspecto material de las cosas.

De hecho, nada permite asegurar que el presidente Bush haya sido manipulado por los judíos. Esta hipótesis se funda en la idea de la existencia de unos Estados Unidos no judíos, de una “América autónoma víctima de la manipulación y subversión por parte de los judíos”. Si así fuera, al excluir milagrosamente a los judíos del discurso público, se podría volver a encontrar esta América originaria. Pero,en realidad, el reciente discurso que siguió a los atentados cometidos en Estados Unidos demuestra, querámoslo o no, lo contrario.

Un buen número de personalidades públicas estadounidenses, tanto judías como no judías, han hecho un llamamiento a la venganza. Según el ex secretario de Estado Lawrence Eagleburger, “no hay modos diferentes de tratar a ese tipo de gente; hay que matar a un montón de ellos incluso si no están directamente implicado en el caso” [ ] Precisemos que Lawrence Eagleburger preside la organización judía que exige de Alemania indemnizaciones de 300 000$ al año.

“Frente al inimaginable Pearl Harbour del siglo XXI, mi reacción debería de ser tan simple como inmediata: matar a esos hijos de perra. Apuntar entre las dos cejas, hacerlos papilla, envenenarlos incluso, si fuese necesario. En cuanto a las ciudades o países que alojan a estos engendros, habría que bombardearlos como si se tratara de canchas de basket”, declaró Steve Dunleavy en el New York Post [ ]. En el Washington Post, Rich Lowry propuso incluso aniquilar parte de Damasco o Teherán, o tomar cualquier otra medida que permita “resolver parcialmente el problema” [ ].

En materia de citas, le corresponde el primerísimo lugar a Ann Coulter, quien no vacila en afirmar que “no hay tiempo para sentimentalismos ni para localizar con precisión a los individuos directamente implicados en este ataque terrorista preciso…Tenemos que invadir el país de esa gente, matar a sus dirigentes y convertir a la población al cristianismo. No tuvimos tantos reparos a la hora de localizar y castigar exclusivamente a Hitler y sus oficiales generales. Regamos las ciudades alemanas con bombas y matamos civiles. Así son las guerras, y estamos en una situación de guerra”. Estas palabras fueron publicadas en el New York Dalily News [ ] , el diario de Mortimer Zuckerman, actual dirigente de la Conferencia de las organizaciones judías estadounidenses.

Este espíritu vengativo que caracteriza a la prensa estadounidense constituye una aberración en relación con el discurso occidental. Si echamos un vistazo rápido a la literatura mundial de los países de la cristiandad y el islam, comprobaremos que la venganza no es un tema principal frecuente de las obras importantes. Gogol escribió un cuento gótico titulado “Una venganza terrible”. Por otro lado, Próspero Mérimée escribió un cuento corto titulado “Colomba”, acerca de la vendetta corsa. Y nada más, “c’est tout”. Los británicos siempre han considerado la venganza como algo totalmente extraño a su cultura, sobre todo cuando se trataba de partidos de cricket. En cualquier cultura, tanto cristiana como musulmana, el término “vengativo” tiene una connotación negativa pero, a la inversa, la cultura judía está totalmente impregnada de la idea de venganza, en la medida en que se inspira únicamente en el Antiguo Testamento, sin pasar por el filtro redentor del Nuevo Testamento o del Corán.

Nosotros los judíos estamos en condiciones de entenderlo mejor que nadie: John Sack, brillante periodista judeoestadounidense lo subrayó en un libro titulado Eye for eye, obra con la que a uno se le ponen los pelos de punta nada más que con la evocación de los crímenes perpetrados por unos judíos a modo de venganza contra civiles alemanes después de la segunda guerra mundial: Ojo por ojo cuenta torturas, asesinatos extrajudiciales, envenenamientos masivos y otros horrores más. Es poco probable que el lector pueda hacerse con un ejemplar de este libro, pues el establishment judío logró que fuese prohibido y desapareciera de las librerías.

No hay nada extraño, pues, en el hecho de que Israel utilice la venganza en su política diaria general. Sus ataques contra los palestinos han sido designados como “peulot tagmul”, actos de venganza.. Uno de estos actos es imputable al actual primer ministro, Ariel Sharon, cuando, el 14 de octubre de 1953, sus soldados y él asesinaron a unos sesenta campesinos, sin perdonar a mujeres ni a niños, en la aldea de Qibya. La invasión de Líbano en 1982, con sus 20 000 víctimas, tanto libaneses como palestinos, cristianos y musulmanes, no es más que un acto de venganza en reacción al asesinato fallido del embajador de Israel en Londres. Con ocasión de la presente intifada, cada acto de terror imputable a los israelíes es calificado como “castigo” o “represalias” por los israelíes y los medios estadounidenses de propiedad judía.

Este regodeo judío en la venganza sobrevivió a la azarosa travesía del Atlántico. Son judeoestadounidenses quienes crearon Hollywood, que, a su vez, hizo de la venganza su tema predilecto. De cierta manera, el cine estadounidense es un medio por el cual se expresa el subconsciente judío, y es el elemento principal de los que han configurado la mente de ese país. Desde Hollywood, el espíritu de venganza se ha difundido por toda la tierra, y sin duda alguna ha contribuido a modelar el mundo en el que vivimos. En otras palabras, no se necesitaba de ningún complot. Relativamente inmaduro, Estados Unidos no resistió el embate de la mentalidad judía y se ha convertido en un estado judío, en el hermano mayor de Israel. Carlos Marx, nieto de un rabino de Treves pero criado en el seno de la Iglesia, resultó ser un verdadero profeta al anunciar ¡ya en la década de los años 1840! que Estados Unidos se convertiría en un estado judío y abrazaría la ideología judía, hecha de avidez y alienación. Esto explica que los éxitos de los judíos sean tan llamativos. ¿Acaso no es lo más natural que, dentro del estado judío, sean los judíos los que acumulen todos los éxitos?

Esta explicación nos permite contestar a la pregunta planteada anteriormente, es decir: ¿Apoya Estados Unidos a Israel por culpa del lobby judío o por aquello del “interés correctamente entendido de las empresas estadounidenses”? Digamos que el lobby es un órgano superfluo, que defiende a la derecha israelí, mientras que Estados Unidos constituye en su totalidad un estado judío de mayores dimensiones, cuyos intereses no se limitan al Próximo Oriente.

Esta hipótesis ofrece una explicación convincente a muchas de las interrogantes. Explica el porcentaje increíble de voces a favor del apoyo a Israel (99%). Explica los innumerables museos, estudios y filmes dedicados al Holocausto. Explica por qué, en la vida de Estados Unidos, los judíos ocupan un lugar central. Es así como en la actualidad, ese país sigue considerando los acontecimientos que ocurren por el mundo desde el punto de vista judío tradicional, procurando saber si “esto o aquello favorece o no a los judíos.”

Esta hipótesis explica también la retirada de Estados Unidos de Durban. George W. Bush no tenía inconveniente en pelear con Europa y Japón, y así es como renegó del tratado de Kyoto. No le importaba que Rusia y China se molestasen porque él tomara la decisión unilateral de abandonar el tratado sobre las armas estratégicas. Pero, en el caso que nos ocupa, escuchó la voz de su amo. Este menosprecio altanero de África y Asia, este despido insultante de la comunidad afroamericana, esta negativa a sumarse a la gran causa que constituye la lucha contra el racismo demuestra, si aún fuera necesario, que Estados Unidos se ha alineado con el Estado de Israel.

En una reciente entrevista concedida a Newsweek [ ], el presidente Vladimir Putin intenta justificar su asalto a los chechenos. En su opinión, “los dirigentes chechenos han hecho un llamamiento público a la exterminación de los judíos”, y relega a los detractores de la guerra que él conduce al rango de antisemitas. Pero resulta que en Chechenia no vive ningún judío y la opinión de los dirigentes de aquel país hacia los judíos no tendría el menor interés si el término “antisemitismo” conservara su acepción original, es decir, los prejuicios o el racismo antijudío. El antisemitismo no existe ya bajo esa forma, como lo hemos demostrado en otros artículos[ ] pero el mundo le ha dado un sentido nuevo. El término ha sido asimilado a lo que se llamaba antiamericanismo en la época de MacCarthy o al antisovietismo tal como lo entendía la Unión Sviética bajo Breznev.

Cualquiera que, en Estados Unidos o en otro país, rechace el nuevo paradigma estadounidense es por definición un antisemita. Es la razón por la cual gente buena de ascendencia judía, trátese de Noam Chomsky o de Woody Allen, de san Pablo o de Carlos Marx, se ve calificada de “antisemita”. Por regla general, la comunidad judía los rechaza, lo cual no les impide invocarlos cuando les viene bien para defender determinadas estructuras, las mismas que aquellos han denunciado.

Un delito contra la comunidad judía no está considerado como una forma de racismo. El racismo común se tolera perfectamente, sobre todo si se dirige contra los árabes (los nuevos enemigos de los judíos) o los negros (los antiguos enemigos de los judíos). Pero cuando se trata de judíos, el delito es tratado como un “crimen de lesa majestad” (en los años en que los judíos tenían mucho poder en la Unión Soviética (1917-1937), se fusilaba a la gente por decir en voz alta cualquier cosa en contra de los judíos); en Estrasburgo, Manfred Stricker hizo campaña para que la universidad de la ciudad llevara el nombre del doctor Schweitzer, pero la comunidad judía prefirió ponerle el nombre de un sabio judío sin relación relevante con la ciudad. Es así como Manfred Stricker fue condenado a seis meses de cárcel.

Conversando con unos estudiantes de Harvard, de Emory y otras universidades del Ivy League, me di cuenta de que ni siquiera sabían quién era Arnold Toynbee. El mayor filósofo británico de la historia del siglo XX había cometido un error: había hablado de la tragedia palestina y evocado la esclavitud de los africanos, calificándola de tragedia semejante al holocausto de los judíos. Esto es lo que explica que el nombre de Toynbee fuera borrado y haya desaparecido de la conciencia estadounidense. Este dominio absoluto del discurso público explica la obediencia de los intelectuales estadounidenses (y por cierto, europeos también). Para un intelectual, es mejor verse acusado de pedofilia que no de antisemitismo.

En el Estado judeoamericano, los judíos constituyen de ahora en adelante la “iglesia oficial”, el fundamento ideológico que, dicho sea de paso, me inspira las mismas observaciones que las de Voltaire cuado decía que convendría erradicar la infamia de la Iglesia católica, en cuyo seno se había criado.

En el Estado judeoamericano, los judíos constituyen el grupo social más próspero. Este súbito acceso a la notoriedad y a la riqueza no debería de provocar vértigo ni sentimiento de autoadulación, sino al contrario. Retomando los propios términos del gran filósofo estadounidense Immanuel Wallerstein, yo diría que, en nuestros días, el éxito material es la señal de un fracaso moral. Ni el “éxito” ni las riquezas son la prueba de la benevolencia de Dios. En cualquier caso, no del Dios que bendijo a los pobres. El hombre que consigue el mejor puesto entre los ladrones no tiene un puesto ante los ojos de Dios. Nuestro mundo, constituido por millones de hambrientos y por una minoría de superprivilegiados, es un mundo desprovisto de moral, así como de sentimiento cristiano, tan anticristiano como la mal llamada “Cruzada” del presidente Bush. 

(Traducción al castellano de María Poumier)

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