Mi querida ciudad de Jaffa está anegada bajo la lluvia y el granizo, las calles se han convertido en airados torrentes, la nieve blanquea palmeras y aceras de la subtropical Tel Aviv, en violento contraste con los cielos amoratados y bajísimos encima de campanarios y alminares, a la vez que el huracán sopla arenales por toda Palestina, hasta más allá del Mar Muerto. Una tormenta de arena de fuerza inaudita ha estallado en el Medio Oriente entero, deteniendo los tanques yankis en el desierto, cegando a los pilotos en los aviones, tapando los visores de la artillería y amenazando con volcar los monstruosos bajeles de guerra que andan por el Golfo. Un centenar de tropas blindadas se encuentra inservible por la arena infiltrada. De igual modo una tormenta divina había salvado a Japón del desembarco de las hordas mongoles de Kubilai Khan, y otro huracán había protegido a Inglaterra en los tiempos isabelinos de la ocupación española.
Como los españoles singlando hacia las playas inglesas, la armada mamonita no estaba lista para el encuentro imprevisto con la intervención divina. Los invasores habían previsto penetrar en la parte más floja del vientre asiático con la misma facilidad aceitada de la daga de Jack el destripador acuchillando a mujeres indefensas. No habían contemplado ningún tipo de oposición.
John Wayne o Burt Lancaster le habrían alcanzado al enemigo desarmado alguna pistola de socorro antes de dispararle, pero los mamonitas no tienen nada que ver con los nobles héroes de los viejos tiempos del Oeste, pues no estaban saciados con la aplastante superioridad tecnológica y la ventaja numérica (de diez contra uno) de la población americana en comparación con la de Irak, exigían que el enemigo fuera desarmado. Los cobardes no desembarcaron sino después que la servil ONU hubo desarmado a los iraquíes e inutilizado los últimos viejos misiles enmohecidos que les quedaban. No se esperaban para nada la intervención sobrenatural de los elementos, pues el poder de los mamonitas se basa, según la expresión de Dostoievski, en la íntima convicción de que Dios no existe. Pero el mundo material no está hecho de materia inerte, pues todo, en este mundo, está vivo y relacionado: nuestra historia, nuestro presente y nuestro futuro, nuestras concepciones y estructuras sociales, las tormentas de arena y los huracanes, los terremotos y las revoluciones: todo esto forma parte intrínseca de la trinidad estrechamente abrazada que constituyen Tierra, Hombre y Dios. La voluntad de los humanos, de miles de millones de hombres y mujeres opuestos a la agresión angloamericana, ha encontrado su expresión en manifestaciones gigantescas en el planeta entero, así como bajo los techos msolemenes de las Naciones unidas, pero esta voluntad ha sido ignorada por los mamonitas. Así es cómo la voluntad del pueblo se ha mudado en tormenta de arena, como para recordarnos que nuestros deseos son tan poderosos como los de los dioses olímpicos, y que la voluntad integrada del pueblo es en verdad Vox Dei; al ignorar la voluntad de Dios y los hombres, el partido de la guerra ha sembrado los gérmenes de su propia destrucción, pues está totalmente intoxicado por su propio poderío.
II
“Ni el fuerte es fuerte del todo, ni el débil del todo débil, nunca. Los que han recibido el poderío como regalo del destino descansan demasiado en ella y terminan destrozados, pues el poderío es tan despiadado para el hombre que lo posee ( o piensa poseerlo) como con sus víctimas. Si aplasta a estas, intoxica a aquellos”, escribe Simone Weil, la divina filósofa francesa visionaria que fue testigo de la gran intoxicación de potencia llamada Segunda guerra mundial. Alude a la guerra de Troya, sacando de la Ilíada esta sublime enseñanza : “La especie humana no se divide, en la Ilíada, entre conquistados y conquistadores. Nadie se salva del destino: aprended a no admirar el poderío, a no odiar al enemigo, a no despreciar al vencido.”
Esta santa contemporánea, nacida en una familia judía, que se había unido a los comunistas, que había peleado en Espana, había trabajado con los obreros de Renault y siguió a santa Teresa metiéndose a monja – nuestra querida Simone Weil–, percibió en la guerra de Troya una tragedia tanto para griegos como para troyanos, pues ni unos ni otros supieron terminar la guerra cuando hubieran podido hacerlo. En cierto momento del combate, los griegos podrían haber logrado el noventa por ciento de sus exigencias, pero prefirieron jugársela para ganar en un cien por ciento. En otro momento, los troyanos podían haber conseguido el noventa por ciento de sus objetivos, pero también escogieron arriesgarlo todo. Ambos campos padecieron, perdieron sus mejores hombres, y los aqueos victoriosos fueron derrotados cincuenta años más tarde, por la invasión de los dorios.
De la misma manera en 1939, los nazis fueron demasiado lejos. El mundo había aceptado algunas de sus exigencias, pues Praga había estado sometida al gobierno germánico durante siglos, y el control del valle de la Ruhr por Francia no tenía ningún fundamento jurídico ni tradicional. La exigencia alemana de un acceso totalmente libre a Dantzig y Königsberg no era nada descabellado. Con esto se hubiera podido conformar Hitler, y hubiera conseguido lo que pedía. El apaciguamento era una política sensata y era lo adecuado en 1938. Pero, en 1939-1940, el Reich demostró hasta dónde llegaba su bulimia. Checoslovaquia, Polonia, Yugoslavia, Grecia, Dinamarca, o sea, un gran número de Estados se encontraron invadidos, hasta que el mundo decidió poner un término a la expansión nazi. La guerra con sus desastres arruinó a europa y Rusia, preparando el terreno para el ascenso de los mamonitas.
También se excedieron los sionistas, cuando hubieran podido conformarse con una porción decente de la dulce tierra de Palestina, con sus animosos obreros palestinos animosos, y un suministro infinito de petróleo barato procedente de los pozos más remotos del Asia para ser refinado en Haifa; resumiendo las cosas, con excelentes condiciones de vida para ellos y para sus descendientes. Pero quisieron tenerlo todo, y no dejarles nada a los vencidos. Y esta es la razón por la cual ya sus días están contados.
Los mamonitas están repitiendo los errores de Hitler y Sharon. Primero, lo de Afganistán: nadie ha podido entender el motivo por el cual los mamonitas decidieron abalanzarse sobre este reino perdido, pero lo han destruido, procediendo a la matanza de prisioneros, a la destrucción de los medios de vida de los afganos, y resucitando la producción de opio que los talibanes controlaban severamente hasta hace poco. Ahora le toca a Irak: todavía no ha terminado la batalla, y ya Michael A. Ledeen, del American Enterprise Institute, sionista y mamonita (si es que se pueden separar estas dos ideologías siamesas) nos alecciona con aquello de que “Irak no es más que una batalla, no es toda la guerra; después de Bagdad, les tocará a Teherán, Damasco, Riyad” . Y también más adelante, a París, Berlín, Moscú, Pekín. Hoy quieren derribar a Saddam Hussein, mañana le pedirán la cabeza a Chirac, a Schroeder y a Putin.
Ya están exigiendo el boicot total de Francia, y las acciones de represalias están en preparación . Esta es una publicidad pagada por los mamonitas: “Hay que hacerle el boicot a Francia, pues hay vidas americanas en juego y está nuestra seguridad de por medio. Francia tiene todo el derecho de no estar de acuerdo con América. Pero Francia ha abandonado el terreno del simple disenso, pasando a ejercer una hostilidad activa en contra de América. El presidente Chirac ha advertido a los países de la Europa oriental que si se les ocurriese tomar partido a favor de Estados unidos, Francia se opondría a su entrada en la Unión europea”. Esta semana, William Safire ha escrito en el New York Times que “Francia ha estado ayudando secretamente a Irak a armarse, especialmente con la adquisición de misiles de largo alcance. Estos misiles pronto podrían apuntar a soldados yankis”. Safire es un comisario sionista de primera línea, y su “informe” es una fatwa sionista lanzada contra Francia y su presidente. En este informe de la unión de los fomentadores de guerra, se desvela el plan: “Kristol ha insistido sobre la necesidad de separar a Alemania de Francia, pero ha subrayado que “semejante diplomacia inteligente tal vez esté más allá de lo que se pueda esperar de parte del Departamento de Estado.” Como Richard Perle declaró que “los americanos no son vindicativos”, Ledeen le interrumpió para afirmar que, en el caso de Francia, él deseaba que sí lo fuesen .
Por todo esto es urgente sacar las lecciones de la historia americana. En 1823 el presidente James Monroe presentó la famosa Doctrina que lleva su nombre en el marco de su discurso anual al Congreso. Al declarar que el viejo continente y el Nuevo mundo tenían sistemas (políticos diferentes y debían permanecer como dos esferas distintas, Monroe articuló cuatro puntos fundamentales : 1) Los Estados Unidos no iban a interferir en los asuntos interiores de los Estados europeos, ni en las guerras que podrían oponerlos entre ellos; 2)Los Estados Unidos reconocerían y no intervendrían en las colonias y dominios del hemisferio occidental; 3)el hemisferio occidental ya no emprendería ningún tipo de colonización y por fin 4)cualquier tentativa de una potencia occidental para oprimir o tomar el control de cualquier otra nación en el hemisferio occidental sería considerado como un acto hostil a los Estados Unidos.
Ahora es tiempo de proclamar la Doctrina euroasiática que equipara a esta. Que los Estados Unidos se mantengan a buena distancia del viejo Mundo y la Eurasia, y que dejen sus tentativas de oprimir o controlar cualquier nación en Eurasia. Gran Bretaña deberá decidir si su intención es actuar como Caballo de Troya, para retomar el giro tan pertinente del general de Gaulle, o si prefiere unirse sinceramente a Europa. Las naciones libres de Eurasia, conducidas por Francia, Alemania, Rusia y China, deberían condenar la agresión mamonita contra la ONU y pedir sanciones contra los agresores. El dólar debería dejar de representar nuestra moneda de reserva, y el reembolso de la deuda americana, que alcanza hoy los 6,4 millones de millones dólares, deberíamos exigirlo ya, en el acto y en efectivo. Los medios manejados por los Estados Unidos, y que son instrumentos de propaganda, deberían ser tratados como apologistas del crimen racista, pues esto es lo que son, al haber santificado la matanza de miles de Árabes. Las fuerzas armadas de Estados Unidos deberían retirarse de todo el territorio de nuestra Eurasia. Y se restauraría la paz, para provecho de todas las partes presentes.
III
Las sanciones inicuas contra el noble pueblo iraquí deben suspenderse inmediatamente, pues han causado la muerte de millones de inocentes, de los cuales un millón de niños. Han preparado el terreno para la agresión mamonita. La terrible campaña de demonización de los medios mamonitas contra Saddam hussein, los iraquíes y los árabes en general, debe ser denunciada como lo que es realmente : una apología del sectarismo racista.
Saddam Hussein no es ni papá Noel, ni san Francisco de Asís. No es un benévolo rey filósofo. Pero el presidente chileno Allende era el dirigente más liberal y progresista, y esto no fue obstáculo para que un dictador sponsorizado por la CIA lo derrocara y asesinara; el general Pinochet es gran amigo de los mamonitas sionistas que son Margaret Thatcher, Henry Kissinger y Conrad Black. Al primer ministro liberal y progresista de Irán, Mohammed Mossadegh también lo habían derrocado y sustituido por el régimen autoritario del Shah. A Saddam Hussein lo generó el espíritu mismo del mundo árabe, para ser su defensor. Pues una civilización –en el sentido que le da Toynbee a este término– confrontada a un peligro mortal produce dirigentes inflexibles y marciales capaces de hacer frente a semejante tipo de desafío.
En el momento en que iba a ser atacada por su enemigo más cruel y más peligroso de toda su historia, el espíritu de Rusia había generado un sacerdote georgiano que había colgado los hábitos, implacable y cruel, y le convirtió en jefe de la Unión soviética. Un hombre más gentil, más amable, no habría sido capaz de llevar al sacrificio a millones de rusos, entre los cuales su propio hijo, para vencer al Tercer Reich.
El mundo árabe lo maladministraban desde hacía siglos poderes extranjeros : turcos otomanes, colonialistas, y hoy la red de los mamonitas colonialistas. Saddam Hussein es el primer dirigente árabe fuerte y verdaderamente independiente desde Saladín: no es casual que naciera en Tikrit, la ciudad que vio nacer al noble vencedor de los Cruzados. Puede unificar al mundo árabe y restaurar el califato, como de Gaulle y Adenauer supieron restaurar el imperio carolingio. Esto es lo que hay que hacer, pues el desmenuzamiento actual de los países árabes no ha tenido más resultado que el de producir emiratos opulentos, pozos de petróleo bajo alta protección extranjera y empobrecimiento de los pueblos. Saddam es capaz de pararse frente a mamonitas y sionistas, y por esto lo quieren los pueblos del Oriente medio. A Saddam lo llenan de fango los medios mamonitas, pero esto no hace más que confirmar lo importante : él es el hombre que conviene, en el lugar donde conviene. Pues si miramos a aquellos que los medias mamonitas ensalzan, descubrimos que se trata forzosamente de sus colaboradores. Amaban a Mijail Gorbachov, el demoledor de la Unión soviética; aman a Tony Blair, que convirtió a Inglaterra en colonia yanki. John Pilger ha descrito este fenómeno en su introducción a la nueva edición del gran clásico de Phillip Knightley, La primera víctima: “Los medios concelebraron el ‘número milagrosamente bajo de víctimas’ durante la guerra del Golfo (entiéndase las pocas víctimas británicas y estadounidenses), mientras que se silenciaba el espantoso cuarto de millón de iraquíes masacrados por las fuerzas bajo dirección americana” . Ayer se ha visto por la televisión israelí al ex ministro de la defensa, el cruento Fuad ben Eliécer, asesino de cientos de civiles palestinos, calificando a Saddam Hussein como “personaje temible”. Para mí, y para muchos más, en el Medio Oriente, cualquiera que sea capaz de meterle miedo a ben Eliécer en algo dista de ser un malvado cabal.
Saddam ha aprobado con sobresaliente un examen de guerra sumamente difícil: por eso su pueblo le sigue siendo leal y sigue combatiendo al agresor mamonita. Deberíamos aportarle nuestro apoyo en estas horas cruciales, de la misma forma que Winston Churchill le había aportado el suyo a Joseph Stalin. No os preocupéis: cuando el mundo árabe haya recobrado su independencia, en el marco de la Eurasia amistosa, producirá dirigentes simpáticos y mansos, amantes de las letras y las artes.
IV
Se ha enviado a soldados americanos e ingleses a cometer el peor de los crímenes de guerra : la agresión contra un Estado soberano; mas no lo han hecho en provecho de americanos e ingleses, sino que se les envió a Irak para extender el reino mamonita al Medio Oriente entero. Nosotros no confundimos a los mamonitas con el conjunto del pueblo americano, pues aquellos aparecen y desaparecen mientras que el pueblo permanece para siempre. Tampoco a los europeos les corresponde repetir la locura americana tratando de “liberar” América. Dejemos a los americanos que se liberen solos del yugo mamonita. Ahí está el interés de los europeos, pues los mamonitas no son gente adicta a la misericordia. Nunca les perdonarán a los que se han opuesto a sus andanzas. Harán cualquier cosa con tal de aplastar la oposición interna en Estados Unidos: por cierto ya tienen almacenadas todas las fotografías de los que participan en las manifestaciones antiguerra, y las utilizarán tarde o temprano.
A los mamonitas el poder absoluto los ciega, así como el éxito que han tenido en involucrar a Estados Unidos en su plan mundial. Su carencia absoluta de compasión se ha evidenciado en Guantánamo, donde mantienen enjaulados a sus desdichados prisioneros. Mostraron su absoluto descaro al exigir que desarmáramos a Irak antes de atacarlo ellos, haciéndonos con ello los peones al servicio de su ejército. Su falta de sinceridad la comprobamos con sus campañas masivas de mentiras y desinformación. Su naturaleza atea se revela en su negativa a obedecer las instrucciones pastorales de las iglesias (hay apenas algunos predicadores sionistas que respaldan la cruzada por televisión).
Los mamonitas utilizan la red de influencia de los sionistas y engañan a los judíos, incitándoles a obedecerles. El Senado americano ha empezado la guerra con el ofrecimiento de diez mil millones de dólares al Estado judío. En respuesta, el título en letras gigantes “God Bless America” ocupaba la primera plana del gran diario israelí Yediot Aharonot de hoy, mientras que el sitio web del mismo periódico añadía que “los corazones y los rezos de los israelíes se vuelven hacia las fuerzas armadas de los Estados Unidos”. “L mayor parte de la justificación ideológica y la presión política a favor de la guerra contra Irak vino de los sionistas americanos de derecha, entre los cuales muchos judíos estrechamente vinculados al primer ministro Ariel Sharon y ocupando funciones de influencia tanto dentro como fuera de la administración Bush. Se trata de una guerra de Bush y Sharon contra Irak, escribió Patrick Seale, observador británico especialista del Medio Oriente. Seale tiene razón, hasta cierto punto : las filas de los sionistas “de izquierda”, entre los cuales muchos son judíos, están infestadas de mamonitas, de la misma forma que los de derecha.
Escribe Bob Norman, desde el sur de la Florida: “Robert Wexler se ha convertido en uno de los críticos más acerados del presidente Bush. Este miembro liberal del Congreso ha atacado a Bush en las cuestiones de medio ambiente, de lucha contra el narcotráfico, escándalos de las grandes empresas, supresiones de impuestos a favor de los ricos y táctica electoral del presidente en el 2000. ¡Pero el mismo Wexler declaró por televisión que no estaba nada mal la idea una guerra contra Irak! Wexler y varios judíos demócratas más del Congreso, con el Senador de Connecticut Joe Lieberman a la cabeza, y una tropilla de Representantes de California y Nueva York se han arremangado para luchar a su vez a favor de la guerra. Suelen conformar el núcleo duro de la oposición demócrata a Bush estos mismos individuos; por lo tanto, con su actuación han erradicado cualquier esperanza de que ver al partido demócrata sujetar a los perros de ataque de Dick Cheney” .
Al apoyar la guerra, los sionistas americanos y británicos no están poniendo en peligro los fundamentos de su poder. Mientras son bien conocidas sus posiciones elevadas dentro de los medios, “hay menos de quince soldados judíos (es decir el 0,03% de la fuerza de invasión británica en Irak) entre los 45000 soldados británicos actualmente en acción en el marco de la campaña militar bajo dirección americana”, escribe el diario israelí Haaretz . Esta disparidad dice mucho, y explica muy bien el giro satírico de “halconcillos” (del Pentágono) aplicado a los judíos sionistas. Las ideas dementes de estos incluyen la restauración del Gran Israel desde el Nilo hasta el Éufrates, así como la “revancha histórica” sobre Babilonia por la destrucción del Templo de Salomón, en 586 antes de Cristo, revancha que pedía David Ben Gurion, fundador del Estado de Israel. Sobra aclarar que estos planes demenciales no correspoden con el interés de los americanos, ni tampoco con el de la mayoría de los judíos, que por suerte tienen la mente sana.
Al rechazar el pacto entre mamonitas y sionistas, de ninguna manera estamos identificando al enemigo con un grupo étnico o religioso. De hecho, muchos son los americanos de origen judío que están en contra de la guerra y de los mamonitas. No quiero volver a repetir aquí sus nombres sumamente respetables, pues no hay ninguna necesidad de establecer la menor distinción entre ellos y los americanos honrados no judíos. El enemigo es la ideología mamonita, “este cruce extraño entre actitudes romanas y hebraicas”, según las palabras de simone Weil, quien escribía:
“Se suele admirar mucho a romanos y hebreos, y se les invoca cada vez que se quiere cometer un crimen. Los romanos despreciaban a los pueblos a los que coquistaban, y no les reconocían el derecho a ningún relato épico propio, ni a ninguna tragedia. Para los hebreos, la crueldad hacia los pueblos vencidos era lícita, e incluso indispensable”. Simone Weil veía en los Evangelios la última y brillante manifestación del espíritu heleno de la Ilíada, ese espíritu de compasión que toma en cuenta la humanidad de los dos campos en la guerra. Este es el espíritu que los americanos deberían de invocar.
La América compasiva y fieramente independiente de Henry Thoreau y Gore Viodal puede y debe vencer en su largo combate contra el espíritu mamonita. Dado que las principales regiones de los Estados unidos están igualmente infiltradas, la solución consiste en dar más poder, mucho más poder a los Estados, reduciendo las funciones del gobierno federal, reduciéndolas a la administración de correos. La mejor revista intelectual americana, Harper’s Monthly, dibujó hace poco un retrato idílico de un mundo en el cual, en vez de los Estados Unidos monstruosos, unos siete u ocho Estados (California, Nueva Inglaterra, Tejas, Confederación, etc) ocuparía el territorio norteamericano situado entre México y Canadá. Estos Estados más pequeños (¡del tamaño de Francia!) y por lo tanto más fáciles de administrar, estarían en condiciones de forjar relaciones que le den sentido a su población en relación con su territorio, creando comunidades reales en vez de imaginarias, como sucede hoy día, comunidades capaces de producir arte, y vincular al hombre con Dios.
Los yankis podrán vivir mucho mejor, más felices y más inspirados. Por ejemplo, los setenta y cinco miles de millones de dólares que se gastan los Estados Unidos en la guerra de Irak podrían ofrecerles a cincuenta millones de ciudadanos los cuidados de salud gratis, o estudios universitarios a seis millones de jóvenes Podrían entonces celebrar la natividad de Cristo, no solamente las rebajas de Navidad, y la Resurrección en Pascuas sin miedo. Incluso el espíritu mamonita del comercio perdería su carácter destructor si estuviera confinado en su territorio geográfico. Quién sabe, tal vez una Nueva York independiente sea capaz de recrear la gloria de Venecia, la gran república comercial, una vez que se desprenda del enorme continente.
Israel, el Estado judío exclusivista, no tiene cabida en un Medio Oriente libre, pero sus habitantes, los palestinos adoptivos de origen o credo judío, serán bien recibidos y se convertirán en ciudadanos bien acogidos del Commonwealth palestino, a la par de los palestinos nativos. Sus habilidades les ayudarán a llevar al país común hacia la prosperidad y la igualdad. En tal caso, el noble objetivo sionista de devolver a los judíos a la tierra de sus antepasados se cumplirá, y los descendientes de judíos del mundo entero podrán olvidar el separatismo y mezclarse pacíficamente a las naciones con las cuales comparten su existencia.