Israel Shamir

The Fighting Optimist

Yeti revuelto

Las autoridades chinas cumplieron con su deber cívico al impedir por la fuerza los pogromos en el Tibet, pues las denominadas “protestas y las manifestaciones tibetanas” eran en su esencia simples pogromos contra inmigrantes, principalmente los chinos han y los musulmanes ugur, aunque no exclusivamente. Unas dos docenas de personas  (entre inmigrantes chinos, fuerzas de seguridad, y amotinados) perdieron la vida; cinco inmigrantes fueron espantosamente quemados vivos en sus tiendas. Y de no intervenir decididamente los dirigentes chinos, habría unos cuantos muertos más.

 

El caso de Tibet no deja de ser noble. Los tibetanos quieren preservar su cultura que es única: lo mismo que la gente de Francia, de Suecia, Palestina e Irak. Lo mismo querían los yetis, los verdaderos aborígenes de Tibet. A todos nos tienen amenazados las fuerzas globalizantes que pisotean la hermosa diversidad del mundo. El Dalai Lama ha llamado a este proceso “genocidio cultural”. ¡Bienvenido al planeta Tierra, Su Santidad! Pues cada McDonalds, cada café Starbucks es parte del “genocidio cultural” por el cual estamos pasando. Pero no por ello estamos asando vivos a los yankis. Asaltar a los inmigrantes es inaceptable en la lejana Lhasa como en Toulouse o Liverpool igual.

 

Los nativos del Tibet tienen los mismos derechos que otros pueblos de China. Si quieren tener Tibet entero para ellos solos, lo siento, esto no tiene salida. Gústenos o no, tenemos que compartir nuestra tierra con aquellos que llegaron antes y con los que vengan después. De la misma forma que indios, nepaleses y chinos comparten sus ciudades y aldeas con inmigrantes tibetanos sin quejarse más de la cuenta.

 

Se exagera mucho el caso de Tibet, pues el Tibet no es nada excepcional: es una región con carácter propio, vinculado a China como está relacionada Bretaña con Francia, Cataluña con España, Sicilia con Italia, Dixieland  con USA. En todos estos lugares, los patriotas locales podrán sonar con mayor autonomía o incluso independencia, y les dolerá la afluencia de extranjeros. Los bretones podrán odiar a los parisinos, los del País de Gales a los londinenses que vienen a comprar sus casas, la gente de Alabama no apreciar a los judíos de Nueva York que les dictan las reglas del juego -incluso por encima de su rechazo a los inmigrantes de tierras más lejanas. Pero raras veces sueñan con darle marcha atrás a la historia. Ese es un sueño de la extrema derecha nacionalista, que prácticamente está fuera de la ley en Europa y en USA.

 

¡Parece mentira que los presidentes Bush y Sarkozy, los editorialistas del New York Times, de Le Monde y del Haaretz, los militantes por los derechos humanos Bernard-Henri Levy y Daniel Cohn-Bendit (que llaman al boicot de los Juegos Olímipicos en China) se conviertan en defensores de Le Pen, David Duke y Horst Mahler!

 

¿Después de que logren la reconquista nacionalista del Tibet, se pondrán a pelear por preservar “el carácter único” de sus propias naciones?  ¡Dudo de que semejantes luminarias aprueben  pogromos contra los judíos… [que son tan decisivos para impulsar la globalización imperialista]! ¿Pero porqué entonces será que los pogromos contra los chinos se reciben con tanta algazara?

 

Si el Tibet no fuera el corazón de lo que está en juego, se podría encontrar otra razón para esta campaña antichina, como lo dijo el bromista Christopher Caldwell en el Financial Times (http://us.ft.com/ftgateway/superpage.ft?news_id=fto032820081527066019 , 29/30 de marzo 2008): “Boicotear los Juegos Olímpicos de Beijing es la solución que se le estaba buscando desde hace tiempo a cierto problema”. Aquello de “cierto problema” puede aludir a  Darfur, a Birmania, a los derechos humanos, al maltrato a los prisioneros y a los animales, o a los abortos tardíos: la prensa israelí descubre todos los días nuevas razones por las que convendría boicotear a China, generalmente por aquello de las “violaciones de los derechos humanos”. Las razones precisas varían, pero el fondo sigue siendo el mismo: hay que ostracizar, aislar y castigar a China, porque es demasiado independiente.

 

A la clase dirigente china no les tiembla el pulso, han presenciado demasiados ejemplos horribles de lo que ocurre cuando un gobierno central muestra debilidad. La Unión Soviética se vino abajo porque Gorbachev no supo manejar el separatismo en las repúblicas del Báltico, en Ucrania y Armenia. Los dirigentes chinos son harina de otro costal. A veces hay que tomar decisiones drásticas, y para eso se necesita gente de voluntad inquebrantable.

 

Semejante decisión, dura pero sabia, fue la que prevaleció en la solución de los disturbios en Tiananmen, en 1989. De no haber sido así, China se habría desintegrado en un río de sangre y lágrimas; la  habrían recolonizado los poderes occidentales. Los tibetanos han sido víctimas de una mala dirección, ahora tienen que reajustar su visión. Es lo que les pasó a muchos secesionistas: los Ibo de Nigeria pelearon toda una guerra larga, pero al final eligieron la igualdad. Y lo mismo ocurrió con los habitantes de Dixie después de la derrota [de los Confederados separatistas sureños en USA].

 

Los chinos están en su derecho al combatir a los secesionistas y preservar la integridad de su territorio, incluyendo la región del Tibet. Hace pocos días, el presidente Pantera Rosa Sarkozy dijo en Gran Bretaña; “Nunca entregaremos a Afganistán”. Si el payaso francés quiere conservar al remoto Afganistán y está dispuesto a mandar al muere a los soldados franceses por ello, no hay razón alguna para que los chinos entreguen Tibet, que forma parte de China desde hace mil años. (Dulce consuelo  para los lectores franceses: la principal alternativa al payaso, Segolene Royal, fue aún más franca en sus llamados a boicotear a China. En serio, si se busca algo más miserable que los gaullistas que lo siguen a Sarkozy, ahí están los socialistas de la Royal).

 

Los ideólogos occidentales desean dibujar el mundo según sus preferencias, y una China independiente (lo mismo pasa con Rusia, Irán, o India) no les puede caer bien. Por esto es que siembran discordia y disidencia, promoviendo separatismo y secesión en países independientes. Es la antiquísima jugarreta para descalabrar imperios, y después levantar un nuevo imperio sobre las ruinas del anterior. En este juego, los hipócritas de izquierda y los imperialistas de derechas trabajan juntos.

 

Claro que encuentran apoyo entre nacionalistas locales, a menudo gente sincera, que aceptan su apoyo envenenado. Estos nacionalistas generalmente salen burlados, cuando no son estafadores cínicos que saben bien cuál es su papel en la jugada. Nada bueno puede salir de esas causas por secesiones separatistas: generalmente, las tierras que lo logran se convierten simplemente en partes del imperio judeoamericano. El caso reciente de Kosovo (posiblemente fuente de inspiración para los rebeldes tibetanos) es un ejemplo clarísimo de eso; los albaneses de Kosovo se liberaron de Serbia, y se convirtieron en colonia de la Unión europea, sirviendo como la mayor base militar yanki en el mundo y su terminal petrolera.

 

Un Tibet independiente también se convertiría en base USA contra China, India y Rusia. La rebelión de 1959 en Tibet, sangrienta y cruel, fue enteramente preparada por la CIA, que pagó por ello, con el objetivo de socavar a China. Ahora sabemos estas cosas porque dos tipos de mala entraña, Kenneth Conboy de la Heritage Foundation, y James Morrison, veterano del ejército y entrenador para la CIA, largaron todo en un libro llamado “La guerra secreta de la CIA en el Tibet” (The CIA’s Secret War in Tibet (Kansas University Press, 2002). Gary Wilson (ver http://www.workers.org/2007/world/tibet_0327/ ) comparó muy correctamente el caso con la invasión de Playa Girón en Cuba (Bahía de Cochinos).

 

Marx y Lenin procuraban no hablar en términos generales. En vez de clamar por la libertad, preguntaban: “¿Libertad en relación con qué?” ¿Libertad para quién? ¿Independencia de quiénes? No absolutizaban las nociones de libertad, independencia, autodeterminación, sino que se ponían a considerar si les convenía a ellos o a sus adversarios. Si una nación pequeña se convierte en un instrumento imperialista, se le debe combatir, decían. En realidad, es imposible decir si “la independencia en general es buena”, o no.

 

Muchas veces, la independencia es el queso en la ratonera. A Gandhi le preguntaron qué opinaba de la civilización europea, y exclamó: ¡no estaría mal! [mientras seguía peleando contra  la barbarie inglesa] Lo mismo pasa con la idea de la independencia: si un país como Tibet, o Chechenia pudiera ser independiente, en vez de servir de base avanzada para una invasión americana, sería muy bonito. Pero es que semejante opción no existe. En palabras de GW Bush: o estás con ellos, o estás con nosotros.

 

Éste es el momento de renunciar de una vez por todas a la búsqueda de la “autodeterminación”, porque se ha abusado ya demasiado  de este noble sentimiento. En lugar de esto, deberíamos pedir iguales derechos para todos. Alejandro Magno era famoso por preocuparse del bienestar de los súbditos de su ancho imperio, y sus propios combatientes macedonios se quejaban de que prefería a los persas derrotados, y no a los griegos vencedores. Y él contestaba: “para mí no hay diferencia entre un griego y un persa”, “ambos son súbditos de mi reino”. Y ésta es la actitud correcta.

 

El concepto de independencia y autodeterminación ha fracasado dondequiera; y ahora está fracasando en Palestina también. Los vestigios de este concepto están siendo utilizados hoy en día para perpetuar el apartheid y mantener en el poder a algunos políticos corruptos y sin poder. Los palestinos nativos no necesitan independencia; tampoco la van a conseguir, por cierto, pero cada vez que se sigue alimentando esta ficción, se está posponiendo el día de la verdadera igualdad, de todos y para todos, en Palestina/Israel.

 

Los tibetanos deberían entender esto también. El camino para preservar la personalidad  de Tibet, así como la de Francia, Inglaterra, o Palestina, pasa por nuestra victoria sobre el imperio y su tendencia a globalizar y homogeneizar. En esta batalla, China es un protector y un amigo, no un enemigo.

 

¡Si los USianos tanto aman la independencia y la autodeterminación, que empiecen por dársela a California, a Texas, a Dixie, y después podremos debatir sobre Tibet!

 

Traducción : María Poumier

Revisado por Horacio Garetto

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